Patria, bandera y fuerzas armadas son para Donald Trump «un tema ganador». El populista y nacionalista presidente de Estados Unidos, que ha demostrado ese pensamiento en numerosas ocasiones, llegó a verbalizar la idea con esas exactas palabras en una conversación con asesores cuando azuzaba la polémica por las protestas por justicia racial, económica y social que empezó durante la interpretación del himno nacional el jugador negro de la NFL Colin Kaepernick. Ayer, 4 de julio, en el 243º aniversario de la firma de la Declaración de Independencia del país, un mandatario que también muchas veces ha mostrado altas dosis de ego y narcisismo, llevó a nuevas cotas su apuesta.

Involucrado personalmente en la organización de los fastos, con su pasado como estrella de un show de televisión latiendo en su promesa de montar para los estadounidenses «el espectáculo de sus vidas», Trump sumó una exhibición militarista a la mayor fiesta nacional, tradicionalmente una celebración apolítica y de unidad. También hizo un discurso sin precedentes (Harry Truman habló en mitad de la guerra de Corea en 1951 y Richard Nixon grabó un mensaje en vídeo en 1970). Con todo ello provocó la polémica polarización que acompañan y marcan toda su presidencia y que se palpaban ayer en el Mall, lleno no solo de seguidores del presidente sino también de manifestantes en contra.

Obsesionado con la organización de un desfile militar desde que en el 2017 fue testigo en París de los actos del Día de la Bastilla, Trump logró finalmente su versión, aunque limitado por aspectos logísticos. Y mientras que las reticencias de líderes militares y un coste calculado en 92 millones de dólares le obligaron a abortar la idea de realizarlo en noviembre en el Día de los Veteranos, ayer logró la exhibición, esta vez sin que se haya hecho público el coste de la factura.

Trump quería tanques y los tuvo, aunque expuestos en un «despliegue estático» en los alrededores del memorial dedicado a Abraham Lincoln para evitar que su alto tonelaje en movimiento dañara las infraestructuras de Washington o el monumento, con una delicada red de salas subterráneas. El espacio aéreo comercial tenía previsto cerrar para permitir las acrobacias y vuelos de aviones, bombarderos y unidades de élite, solo pendientes de que las tormentas anunciadas no estropearan ese show y los fuegos artificiales, trasladados desde su emplazamiento habitual para acercarlos a Trump.

El presidente, además, se rodeaba de militares, con altos cargos a su lado y 5.000 entradas repartidas por el Pentágono a personal de menos rango y sus familias. Y esa distribución era menos controvertida que la de entradas para seguir los actos desde una zona VIP repartidas por la campaña de reelección y el Comité Nacional Republicano entre aliados y donantes de Trump.

El esfuerzo por involucrar a los militares fue uno de los elementos más polémicos del espectáculo de Trump. «Parece que esto se está convirtiendo mucho más en un acto del Partido Republicano, un acto político sobre el presidente que una celebración nacional del 4 de julio, y es desafortunado tener al ejército precisamente en medio de eso», lamentaba el teniente general retirado David Barno, uno de los muchos militares que ha alzado su voz contra la militarización de la fiesta nacional.

OBSCENIDAD / Otro era el mayor William Nash, que calificaba de «obsceno» que el presidente esté «usando las fuerzas armadas en una maniobra política para su reelección». Trump ha politizado con frecuencia actos con militares. En su visita a las tropas en Irak la pasada Navidad lanzó una diatriba contra los demócratas por cuestiones de frontera e inmigración. Y en mayo se supo que la Casa Blanca había solicitado durante un viaje a Japón que no estuviera a la vista del presidente el USS John McCain, un buque de guerra bautizado en honor al fallecido senador republicano con quien Trump tuvo una tensa relación política.