Apenas cuatro años separan el estreno de Gamer, un realista filme sobre la historia de un joven jugador de videojuegos ucraniano expuesto en importantes festivales cinematográficos, de su detención en Simferópol, la capital de la península de Crimea, entonces recién anexionada por Rusia. Otros cinco de su condena a 20 años de prisión pronunciada por un tribunal de la ciudad rusa de Rostov, y siete más de su huelga de hambre de 145 días llevada a cabo en una cárcel de la remota ciudad ártica de Labytnangui, donde décadas atrás trabajaban los presos políticos en la Unión Soviética.

En todo este periodo transcurrido, el rusoucraniano Oleg Sentsov, galardonado con el premio Sajárov de los derechos humanos, ha visto truncada su otrora prometedora carrera como cineasta para convertirse en uno de los presos políticos más conocidos del mundo privados de libertad en la actualidad, producto de la «peor crisis de derechos humanos» que padece Rusia desde la «disolución de la URSS», según palabras de Tatyana Lókshina, directora de la delegación de Human Rights en Moscú.

Mientras Sentsov preparaba Rhino, su segundo largometraje, se produjo la revolución de Maidán y la posterior anexión de Crimea. El cineasta aparcó su actividad profesional y participó activamente en las manifestaciones en Kiev y después, cuando la tensión se trasladó a su tierra natal, Crimea, participó en operaciones para abastecer de alimentos a las guarniciones ucranianas asediadas en sus bases militares por las tropas especiales rusas.

Sentsov fue detenido en su domicilio de Simferópol por las Fuerzas Especiales rusas, acusado de «terrorismo». Fue condenado a 20 años de cárcel.