Como se intuía, el número de manifestantes en el quinto acto consecutivo de los chalecos amarillos fue notablemente inferior al de hace una semana. Según el Ministerio del Interior, salieron a la calle 66.000 personas en toda Francia cuando el sábado anterior lo hicieron 125.000. En París, la cifra se quedó en 2.200 manifestantes frente a los 10.000 de hace siete días. Es la primera vez desde el estallido de la revuelta contra la subida de las tasas a los carburantes que la movilización baja de intensidad. Salvo algunos incidentes esporádicos, la jornada se desarrolló en calma.

Si el 1 de diciembre los gases lacrimógenos ocultaban el Arco del Triunfo desde primera hora de la mañana y una semana después la marea amarilla inundaba los Campos Elíseos, ayer la imagen era muy distinta. Lejos quedaba la sensación de atravesar una ciudad en estado de sitio, por más que muchos comercios se habían blindado para evitar desperfectos.

La Torre Eiffel podía visitarse, el Museo del Louvre también, los grandes almacenes del Bulevard Haussmann tenían un flujo constante de clientes y en las calles había turistas cuya preocupación era saber qué boca de metro estaba abierta.

«Hemos venido a París a celebrar mi 50 cumpleaños y nos hemos encontrado con esto, pero así tenemos un pretexto para volver», decía Gemma, acompañada de Fernando, una pareja de Barcelona que observaba la concentración de chalecos amarillos con cierta envidia.

EL METRO, EN MARCHA

Impensable hace una semana, a primera hora de la tarde los Campos Elíseos reabrían al tráfico y poco antes de las 19 horas se restableció la circulación en todas las líneas de metro. Como el dispositivo de seguridad fue idéntico al de hace siete días, con 8.000 agentes y 14 blindados de la Gendarmería desplegados en los puntos calientes de la capital, en algunas concentraciones se contaban más policías que chalecos amarillos.

Es difícil saber si la fiebre ha bajado por los anuncios que hizo a principios de la semana Emmanuel Macron, por las llamadas a la calma tras el atentado de Estrasburgo, la proximidad de las fiestas navideñas o el frío glacial que hacía en París. Puede que una combinación de todo eso y el temor a nuevos incidentes violentos haya convencido a muchos de que era mejor quedarse en las capitales de provincia. De hecho, en Burdeos y Toulouse salió más gente a la calle que en la capital. En cualquier caso, los que viajaron a París por quinta vez no tenían pinta de tirar la toalla fácilmente. Como las tres jóvenes vestidas de rojo que imitaban a Marianne, símbolo de la República, realizando una performance frente a los gendarmes en los Campos Elíseos.

«Estamos preparados para un acto VI y los que hagan falta. No hay que abandonar el combate», aseguraba Roben, marsellés de 27 años en la Plaza de la Ópera, donde se guardó un minuto de silencio en homenaje a las víctimas de Estrasburgo. A Denis, un trabajador de Normandía de 60 años, los anuncios de Macron tampoco le convencen. «Que se rasquen el bolsillo los de arriba», pedía. Florence, administrativa de 44 años, teme que las concesiones de Macron sean una cortina de humo para serguir con las reformas.