El aeropuerto inutilizado, jóvenes y policía bordeando la tragedia en las calles y Pekín hablando ya de terrorismo. Hong Kong corre hacia el abismo tras las diez semanas más convulsas de su historia y con la sospecha de que lo peor asoma a la vuelta de la esquina. No aflojan los bandos, cada día más enrocados y coleccionando reproches, sin margen para el optimismo y en firme rumbo de colisión.

El aeropuerto cayó al cuarto día. Las concentraciones se habían sucedido desde el viernes sin disfunciones reseñables hasta que las autoridades cancelaron todos los vuelos a media tarde. El aeropuerto hongkonés no es uno cualquiera. Es el primero del mundo en mercancías y octavo en pasajeros, atiende a 75 millones de viajeros anuales y más de 200.000 diarios, ejerce de nudo asiático y global y da la bienvenida a uno de los territorios más cosmopolitas del mundo. La instalación tuvo que cerrar sobre las cuatro de la tarde y las autoridades esperaban abrirlo hoy a las seis de la mañana (hora local). El número de vuelos afectados fue de unos 190 y los cancelados, 130.

Unos 5.000 activistas lo ocuparon ayer por la mañana y lo colapsaron horas más tarde. Las carreteras de acceso, los aparcamientos y el tren que lo une al centro qudaron desbordados por el caudal humano. Es el segundo torpedo al funcionamiento de la capital financiera después de la huelga general de la semana pasada. Será necesaria una mirada más larga para calibrar el impacto económico. De momento se sabe que el turismo ha caído, así como la ocupación hotelera y las ventas de los comercios.

Los activistas llevaron al aeropuerto su pliego de cargos contra la policía por su actuación en las manifestaciones del domingo por la noche. Algunos se colocaron un parche ensangrentado en la cara para solidarizarse con la joven que fue herida en el ojo y corre peligro de perderlo. La ciudad se despertó impactada por las escenas de una violencia desconocida hasta ahora.

Ambos bandos han finiquitado la fase de tanteo y ya se zurran de lo lindo. Los activistas, que hasta ahora atacaban a la policía con hierros, adoquines y todo lo que tenían a mano, utilizaron por primera vez cócteles molotov. Y la policía respondió con una fuerza inusitada.

La Policía ha abandonado la contención. Durante las primeras semanas minimizó las detenciones, soportó el acoso a las comisarías e incluso permitió la toma del Parlamento. Es probable que pretendiera eludir las acusaciones de brutalidad policial. Con l paciencia agotada, ahora se esfuerza en explicar a los jóvenes que el vandalismo no sale gratis. Son ya 600 detenciones y nuevas técnicas como la infiltración de agentes con camisetas negras y cascos que generan el comprensible pánico entre los activistas. Detrás está el reciente nombramiento de Alan Lau, un oficial de policía que se había retirado tras gestionar la Revuelta de los Paraguas cinco años atrás.

También Pekín ha afilado su discurso. La prensa nacional ignoró durante semanas las protestas para evitar el efecto contagio y después habló de disturbios, radicales y las fuerzas extranjeras. Ayer habló de terrorismo por los cócteles molotov.