En 2012, tras la derrota de Mitt Romney ante Barack Obama, el Partido Republicano de Estados Unidos se planteó que era imperioso cambiar y estudiar cómo reconectar con el centro y la moderación si se quería volver a la Casa Blanca en un país de demografía cambiante. La victoria de Donald Trump cuatro años después enterró cualquier atisbo de transformación entre los conservadores, desde entonces alineados prácticamente sin fisuras alrededor de un líder que, pese a su heterodoxia, está propulsando con éxito la agenda conservadora más radical. Y a quien el 2016 sumergió en una profunda reflexión fue al Partido Demócrata, incrédulo ante el fracaso de Hillary Clinton, aún impactado por la fenomenal irrupción en sus primarias de Bernie Sanders, un auténtico reto al establishment que no triunfó en las urnas pero sí políticamente.

En los dos años y medio transcurridos desde entonces el partido ha evidenciado un claro giro hacia la izquierda que conecta con una evolución en sus bases que confirman las encuestas. Los demócratas siguen librando, no obstante, un vivo debate interno entre multitud de corrientes, tan diversas que podrían ser distintas formaciones si EEUU no siguiera un modelo esencialmente bipartidista.

EL PESO DE LA OLA MÁS PROGRESISTA

La llegada al Congreso tras las legislativas del año pasado de representantes como Alexandria Ocasio-Cortez acapara la atención. Ella es el más efectivo icono de una nueva hornada de demócratas más jóvenes, más diversos, profundamente críticos de un aparato que denuncian demasiado cercano a los intereses corporativos y que se ha desconectado de los intereses y problemas reales de sus bases. Para ellos la política identitaria es central e impulsan una agenda decididamente progresista, que con apuestas como el Green New Deal, por ahora solo una hoja de ruta, ha logrado poner en el centro del debate político no solo el ineludible compromiso demócrata con la lucha contra el cambio climático sino toda una filosofía donde la justicia económica y social son vitales.

Aunque Trump y los republicanos se esfuerzan en denunciar esa agenda como “radical”, “extrema” o “socialista”, apuestas como la defensa de la cobertura sanitaria pública y de su expansión o propuestas como la educación superior gratuita representan un retorno de los demócratas a la agenda que mantuvieron durante buena parte del siglo XX.

El ala hiperprogresista es aún minoritaria en el partido en términos de altos cargos y no tiene un representante puro en el ya superpoblado campo para lograr la nominación presidencial demócrata para el 2020. Lo más cercano a sus postulados, aunque con serios matices, lo representan Bernie Sanders, demócrata socialista, y Elizabeth Warren, cuya apuesta es la profunda reforma del capitalismo.

Se perfila en cualquier caso como el dominante el camino que recorrieron hasta su victoria congresistas como Ocasio-Cortez, Ayanna Presley o Ilhan Ohmar y Sanders en su anterior campaña, retando en muchos casos al establishment, movilizando a sus comunidades y apoyándose en grupos de activistas y en el entusiasmo y voluntariado de las bases. Y lo están adoptando también candidatos presidenciales como Kamala Harris, Beto O’Rourke o Pete Buttitieg, el alcalde de South Bend (Indiana) que ha irrumpido como una de las revelaciones de esta campaña.

Dentro del giro progresista demócrata, que estos candidatos parecen seguir más que impulsar, encarnan todavía la convicción de que es imprescindible buscar el centro con elementos de moderación, algo que fue determinante también en noviembre para lograr victorias demócratas en estados disputados y reconquistar la Cámara Baja.

EL RETO: PROYECTAR LA UNIDAD

El reto para los demócratas, que en junio celebrarán los dos primeros debates entre candidatos presidenciales, es no exacerbar públicamente las divisiones y tensiones intestinas que, por otra parte, son evidentes y contribuyen a alimentar la dañina narrativa de “guerra interna” y “lucha por el alma” del partido. Hace solo unos días, por ejemplo y para indignación del caucus progresista del Congreso, el comité demócrata encargado de campaña anunció que no trabajará con asesores o consultores políticos que ayuden a candidatos demócratas que reten en primarias a quienes ya están en el escaño.

Es algo que hizo, por ejemplo, Ocasio-Cortez, que sigue trabajando con el grupo Justice Democrats para buscar candidatos progresistas que se presenten como alternativa a demócratas moderados, aunque poniendo el foco en distritos electorales donde el escaño no esté bajo amenaza republicana.

Son señales públicas de división de las que los estrategas aseguran que es imprescindible alejarse. Según escribía recientemente en The democratic strategist Andrew Levison, “los demócratas tienen un abanico de opiniones y desacuerdos serios sobre el diseño de políticas y programas específicos pero la vasta mayoría también reconoce que estas áreas de desacuerdo son mucho menores que las diferencias fundamentales que les separan a todos de Trump y el Partido Republicano”.