El reciente derribo de un avión ruso Ilyushin Il-20 con 15 militares a bordo, abatido por las defensas antiaéreas sirias en un incidente del que Moscú culpa a la aviación de Tel-Aviv, ya tiene respuesta. El presidente ruso, Vladímir Putin, comunicó ayer a su homólogo sirio, Bashar el Asad, que le suministrará baterías antiaéreas S-300, capaces de alcanzar un objetivo situado a 300 kilómetros. La decisión dificultará cualquier operación aérea que quiera emprenderse contra posiciones gubernamentales sirias, ya sea por la coalición liderada por EEUU, ya sea por Israel.

Serguéi Shoigu, ministro de Defensa, fue el encargado de anunciar la disposición en una intervención televisada. «En el 2013 suspendimos el suministro de los S-300 a Siria a petición israelí; ahora la situación ha cambiado», sentenció Shoigu. La batería «incrementará de forma significativa las capacidades de combate del Ejército sirio», dijo el ministro antes de lanzar una grave advertencia: «Estamos convencidos que todas estas medidas van a enfriar a las cabezas agitadas y van a impedir actos irreflexivos que constituyan una amenaza para nuestros soldados».

El Kremlin, por boca de su portavoz, Dmitri Peskov, también se despachó a gusto contra Israel. «El avión no ha sido abatido por un misil israelí, gracias a Dios; pero según las informaciones de nuestros expertos, los actos premeditados de los pilotos israelís son la causa», valoró el vocero presidencial. Rusia sostiene que F-16 israelís que llevaban a cabo un ataque contra posiciones progubernamentales en ese momento utilizaron como escudo al aparato ruso, en una misión de cuya existencia informaron a los mandos rusos por los canales pertinentes con escasa antelación.

La entrega al régimen de Asad de semejante tecnología hace tambalear el precario equilibrio militar existente en un pequeño país donde operan multitud de ejércitos y aviaciones.