Entre lujosos comercios con las principales marcas internacionales de ropa, bajo el espectacular techo abovedado de hierro y cristal diseñado a finales del siglo XIX por el ingeniero Vladímir Sukhov. Aquí, en el elitista GUM, en los más célebres grandes almacenes de Rusia, sitos en el flanco nororiental de la plaza Roja moscovita, las autoridades sanitarias rusas han instalado uno de los principales centros de vacunación contra el covid-19.

Es mediodía, y cientos de clientes circulan por sus elegantes galerías de estilo imperial. Un ajetreo que, sin embargo, se transforma en calma, tedio y hasta aburrimiento si se asciende al tercer piso, allá donde se han instalado los locales en los que se administran las dos inyecciones que componen el tratamiento con Spútnik V. "Viene gente", afirma con escaso convencimiento una voluntaria, encogiéndose de hombros. No hay colas junto a la puerta, ni apenas pacientes a los que atender.

La revista The Lancet certificó el mes pasado que el inyectable ruso poseía una eficacia equiparable a la de sus mejores competidores. Desde mediados de enero, Spútnik V está disponible en Rusia para la población general, independientemente de franjas de edad o actividades laborales de riesgo. Pese a ello, el país euroasiático va muy retrasado en su campaña de vacunación respecto a EEUU, el Reino Unido o incluso la UE. Según datos publicados a mediados de marzo por 'Kommersant', tan solo 5,6 millones de personas habían recibido una de las dos inyecciones, lo que equivale al 3,8% de la población.

Son cifras muy limitadas si se las compara con las publicadas por las autoridades estadounidenses en torno a las mismas fechas -64 millones, casi un 20%, - británicas -28 millones, o 42%- o incluso de países europeos como España o Italia, con cerca del 13% de la población vacunada o en proceso de vacunación. En medio de este escepticismo ciudadano, y con semanas de retraso respecto a los protocolos médicos para su edad, Vladímir Putin debía recibir este martes la vacuna, a puerta cerrada y sin anunciar públicamente cuál de las tres sustancias ideadas por la ciencia rusa será la elegida.

"No me voy a vacunar"

"De momento, no me voy a vacunar, el medicamento no ha sido probado lo suficiente", explica por teléfono Román, un peluquero que prefiere no desvelar su apellido. "Se necesita un año, no meses, para sacar algo así; no tenemos información sobre sus efectos a largo plazo, los daños genéticos que podría causar...", continúa.

Levada, el único centro independiente ruso de sondeo, certificó el escepticismo de la ciudadanía en una reciente encuesta: un 62% de los sondeados no quería vacunarse, por un 30% que si se planteaba hacerlo. Según el mismo estudio, los más reticentes a hacerlo eran los más jóvenes: más del 75% de ellos respondieron negativamente. Entre las razones citadas con más frecuencia por los encuestados, figuran el "temor a los efectos secundarios" o la "insuficiente investigación" del producto.

"Constatamos desde septiembre que no crece la cantidad de gente que quiere vacunarse, en un marco de descenso del miedo a contraer la enfermedad y de noticias sobre efectos secundarios", analiza por teléfono Stepán Goncharok, analista de Levada. "El grado de confianza respecto al Gobierno es un elemento importante; aquéllos que confían en el Estado son más leales respecto a la vacuna", constata.

Este experto puntualiza que "la relación escéptica hacia la vacuna" no es privativa de Rusia y se reproduce "en todo el mundo". Respecto al efecto en la opinión pública que pueda tener la vacunación de Putin, Goncharok cree que empujará a hacerlo a las "generaciones mayores que tienen a Putin como referente", pero que el impacto será "insignificante" entre "los jóvenes".