La crueldad del autoproclamado Estado Islámico tiene en Raqqa un emplazamiento, un lugar que durante generaciones permanecerá en la memoria colectiva de los locales como símbolo de sus excesos y su irracionalidad. Se llama plaza del Paraíso ('Duar al Naeem', en árabe), una céntrica glorieta situada a apenas unos metros del estadio municipal, donde los ultrarradicales habían instalado precisamente su principal centro de detención y tortura.

Durante el periodo en que el Estado Islámico (EI) convirtió a la ciudad en la capital de un vasto país habitado por ocho millones de personas, tenían lugar aquí el grueso de las ejecuciones públicas organizadas por sus milicianos: Cuerpos crucificados y expuestos durante días, cabezas humanas segregadas del tronco y ensartadas en lanzas o vallas, decapitaciones públicas de reos de apostasía, sospechosos de homosexualidad lanzados al vacío desde los terrados en los edificios colindantes...

Evadirse no era una opción para los residentes; estos eran convocados mediante altavoces y obligados a contemplar este alarde de poder y terror, destinado no solo a castigar a los responsables de acciones que los extremistas consideraban como crímenes, sino también a meter el miedo en el cuerpo a una población que no hacía mucho se había levantado contra el régimen de Bashar el Asad exigiendo democracia, la antítesis del grotesco 'califato' que los recién llegados habían acabado por implantar. Algunas de las más macabras acciones atribuidas a las huestes de Abú Bakr al Bagdadi sucedieron en este lugar, que de inmediato pasó a ser conocido en la cultura popular de Raqqa como 'plaza del Infierno'.

UN PASADO TENEBROSO

Con un pasado reciente tan tenebroso, no es de extrañar que la rotonda en cuestión se haya convertido una de las prioridades del Consejo Civil de Raqqa, el órgano encargado de gobernar la ciudad, a la hora de acometer la reconstrucción. En este lugar yermo y vacío, rodeado de escombros y repleto de esqueletos de vehículos carbonizados, según se identificaba en las fotos tomadas inmediatamente después de los últimos combates, hace ahora año y medio, se alza ahora un conjunto de fuentes con buenos acabados, presidido por una inscripción que toda ciudad orgullosa de sí misma asume como eslogan e instala en sus puntos de mayor visibilidad: 'I love Raqqa'. Cuando los policías se distraen, algunos niños se introducen en los surtidores de la plaza y los convierten en bañeras ocasionales con las que se defienden de la opresiva canícula siria.

Las heridas apenas han comenzado a cicatrizar y la ciudad está literalmente en ruinas. Ya mucho antes de que nuestro vehículo procedente del norte sirio traspase el puesto de control que da entrada a la población, se hace del todo imposible que la mirada evite una destrucción que surje por doquier, ya sean edificios sin fachada de los que solo quedan las paredes maestras, ya sea de montones de cascotes y escombros que a duras penas permiten el paso de coches y camionetas. Numerosos comercios aún lucen en sus persianas el símbolo del Estado Islámico sobre un fondo negro, constatación gráfica de que sus propietarios en su día pagaron el impuesto que les exigía el liderazgo extremista y símbolo que estos no parecen tener prisa en retirar. Pese a que el miedo y la tensión flota en el ambiente, son muchos los que no ocultan su alivio tras comprobar que el EI ha desaparecido de su horizonte y futuro inmediato.

Khalid regenta un pequeño comercio a medio camino entre una papelería y una librería, y recuerda con enojo las constantes inspecciones a su establecimiento de milicianos del Estado Islámico buscando obras prohibidas. En una ocasión fue arrestado y llegó a pasar varios días en una prisión de los alrededores donde, según me comenta, le sacudieron de lo lindo. Lo que más obsesionada a sus procaces y poco considerados visitantes eran los libros "con fotografías" en la portada o en las páginas interiores. Las versiones más rigoristas de la religión musulmana sostienen que toda representación gráfica, ya sea de seres animados o inanimados, es condenable, aunque en este extremo, como en muchas otras polémicas dentro del islam, ni siquiera existe consenso entre los eruditos.

-"Estuve preso del Estado Islámico. Recuerdo que con nosotros presumían de ser los mejores musulmanes del mundo", le explico a mi interlocutor.

-"La gente del Estado Islámico no saben nada de la sunna (tradición); algunos ni siquiera hablaban árabe", contesta.

-"El islam dice ser la religión de la clemencia; ¿dónde estaba la clemencia cuando gobernaban estos extremistas?", replico.

-"No había ninguna clemencia", constata.