El padre Silverio Suárez es mayor de la policía colombiana, viste uniforme, no lleva armas y lo que hace para proteger su vida cada día es rezarle a su ángel de la guarda antes de salir de casa. Sabe que cualquier cosa puede sucederle en un país donde unos 50 religiosos, entre obispos, sacerdotes y misioneros, han sido asesinados y más de 25 secuestrados desde 1984, según la Conferencia Episcopal.

También sabe que existen pruebas sólidas de las amenazas de muerte contra, por lo menos, 10 obispos y sacerdotes, y que las autoridades temen por la vida de religiosos en más de media docena de provincias, donde soportan presiones de los grupos guerrilleros, de los paramilitares y del narcotráfico.

Los asesinatos

Colombia fue el país en el que fueron asesinados más representantes de la Iglesia católica en el 2001 y es el país donde más peligra la vida de los religiosos y las religiosas de todas las confesiones, de acuerdo con los organismos defensores de los derechos humanos.

Algunos religiosos como monseñor Isaías Duarte Cansino, obispo de Cali, la tercera ciudad más importante del país, o como el padre Juan Ramón Núñez, fueron asesinados el año pasado tras celebrar una misa o cuando daban la comunión.

Unos 39 pastores evangélicos y más de media docena de religiosos pertenecientes a otras iglesias también han sido asesinados desde 1998 y, aunque todos los casos están documentados, "no se ha impartido justicia en ninguno de esos crímenes", asegura monseñor Fabián Marulanda, secretario ejecutivo de la Conferencia Episcopal. La ruptura de los diálogos de paz entre el Gobierno del expresidente Andrés Pastrana y las FARC en febrero del 2001 los habría colocado más a todos en el punto de mira de la violencia.

Pero, ¿qué tiene que ver eso con el único seminario castrense de América Latina que funciona en Bogotá desde 1987? Mucho. Algunos de los 156 sacerdotes, 68 incardinados (que pertenecen a la diócesis castrense y estudiaron exclusivamente para ese ejercicio sacerdotal) y 88 de otras diócesis, que prestan sus servicios como capellanes a las Fuerzas Armadas y a la policía, ingresaron al seminario después de un combate o tras el asesinato o secuestro de un prelado o de un militar amigo.

La decisión

El patrullero de la policía Jorge Castrillón, por ejemplo, decidió ir al seminario después de que encontró y ayudó a recoger los cuerpos de siete compañeros, tras un enfrentamiento con las FARC. "Al principio sentí mucha rabia. Luego se apoderó de mí un gran vacío que se profundizó al ver a los otros policías desolados, como sin nada a qué aferrarse. Entonces entendí que, además de ser policía, podría servirle a la institución en el acompañamiento espiritual de mis compañeros".

Castrillón ingresó entonces al seminario y, como otros uniformados, se preparó para ser sacerdote. El seminario de Bogotá, pionero latinoamericano, ha formado a tres promociones de sacerdotes castrenses y, aunque no tuvo una relación directa con el conflicto colombiano, su fundación sí que "obedeció a la necesidad de formar un clero afín con las fuerzas militares", según el padre Jorge Contreras, teniente de la reserva del Ejército colombiano y actual director del seminario.