En los últimos diez días Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, ha recibido en su mansión de Mar-a-Lago al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, combinando reuniones de trabajo y partidas de golf, y ha dispensado en la Casa Blanca trato de honor al presidente francés, Emmanuel Macron, con un despliegue inédito de gestos de cercanía a un líder que, pese a los agasajos, se despidió con una demoledora visión de la presidencia de Trump en un discurso ante el Congreso. Este viernes, en cambio, todo es austero en su reunión con la cancillera alemana, Angela Merkel, la cuarta que mantienen en persona, la segunda en Washington. En la agenda de la visita solo hay un almuerzo de trabajo y una rueda de prensa y a la vista quedan las diferencias personales y, lo que es más importante, las políticas y económicas.

Desde los dos lados del Atlántico se hace evidente el océano no sólo físico que separa a los líderes de dos potencias mundiales que pueden pasar meses sin hablar (cuando lo hicieron por teléfono en marzo pusieron fin a una sequía de cinco meses). Y ya antes de la visita de este viernes el coordinador de relaciones trasatánticas del gobierno de Merkel, Peter Beyer, advertía de que “no subiría muy alto el listón de las expectativas”.

Los aranceles y el pacto con Irán

La moratoria que Trump puso a los aranceles sobre importaciones europeas de acero (25%) y aluminio (19%) pende como una espada de Damocles sobre las relaciones bilaterales y de EEUU con la Unión Europea, con la fecha del 1 de mayo, el próximo martes, como límite para decidir si se abre o se evita una guerra comercial. Pero el calendario tiene otro punto rojo también, el día 12, cuando Trump podría hacer saltar por los aires el acuerdo multilateral con Irán alcanzado en 2015 para frenar el programa nuclear militar de Teherán.

Merkel, como ya le pasó a Macron, tiene pocas posibilades de mover a Trump en ninguno de los dos terrenos. Y en su caso suma tensiones que no existen entre Washington y París. Alemania, por ejemplo, no participó en la operación militar de ataque a instalaciones de armas químicas en Siria que este mes acometieron EEUU, Francia y Reino Unido.

Trump, además, es muy crítico con Berlín por otros motivos. Estos incuyen su gasto militar, que actualmente representa solo el 1,2% del PIB alemán (con el objetivo de llegar al 2% en 2024), y sus aportaciones a la OTAN, que considera insuficientes. También denuncia el superavit germano en la balanza comercial bilateral (“los alemanes son malos, muy malos”, llegó a decir en una reunión con negociadores comerciales de la Unión Europea el año pasado). Y en su punto de mira tiene también el Nord Stream 2, el proyecto de gaseoducto submarino que uniría por el Bático Rusia y Alemania y que Washington teme que aumentará la dependencia energética alemana de Moscú.

Oficialmente, no obstante, se habla de que los dos líderes están “reforzando la cercana relación entre Estados Unidos y Alemania”, como hace el comunicado enviado este viernes por la Casa Blanca antes de la reunión.

El jueves, además, el Congreso aprobó finalmente al nominado de Trump para ser embajador en Alemania, Richard Grenell. Y aunque la confirmación pone fin a un vacío abierto a distintas interpretaciones (incluyendo una muestra de desinterés del líder estadounidense por la relación bilateral con el país más rico y poblado de Europa), lleva también a Berlín a un firme aliado del presidente que, como él, cuestiona por ejemplo el acuerdo con Irán.