Rusia reaccionó a la imposición del estado de excepción por parte del presidente de Ucrania con amenazas nadas veladas contra su vecino del oeste por dos vías. Utilizando como correa de transmisión una conversación telefónica mantenida durante la mañana con la cancillera alemana Angela Merkel, el presidente Vladímir Putin previno a su homólogo ucraniano Petró Poroshenko acerca de la adopción de «decisiones irresponsables», conminando a la vez a su interlocutora en Berlín a «influir» en las autoridades ucranianas.

Momentos antes, su portavoz, Dmitri Peskov, había advertido de que la ley marcial conllevaba «la amenaza de una escalada en las regiones en conflicto», palabras interpretadas en Kiev como el apercibimento de un eventual recrudecimiento de las hostilidades a lo largo de la lÍnea de frente en el Donbás, la región del este de Ucrania que separa a las tropas regulares y las milicias prorrusas y en la que en teoría rige un alto el fuego violado sistemáticamente. Los observadores dan por sentado que el Kremlin es capaz de modular, desde Moscú, las dosis de violencia en el este de Ucrania dada la dependencia de Rusia de las milicias insurgentes.

Tras recibir el visto bueno del Parlamento a la proposición de imponer el estado de excepción en 10 regiones fronterizas con Rusia, Moldavia o ribereñas con el mar de Azov, Kiev intenta limitar los daños que supondrán en el futuro las limitaciones a la navegación en el mar de Azov que está imponiendo el Kremlin con su política de hechos consumados. El viceministro de Política Agraria de Ucrania, Maksim Martiniuk, conminó a los barcos pesqueros que faenan en el mar de Azov a regresar a sus puertos, al tiempo que se comenzó a plantear otras fórmulas de salida para las exportaciones ucranianas de grano y productos siderúrgicos, sostén económico de la región.

Martiniuk reconoció que las salidas de grano ucranianas pueden reducirse aún más en el caso de que el Kremlin adopte medidas más agresivas, y que a medio plazo podrían incrementarse los precios del transporte marítimo y los seguros. Según informaciones de la prensa ucraniana, el bloqueo naval ruso tras la inauguración del puente de Kerch, hace tan solo medio año, ha supuesto ya unas pérdidas de 1.000 millones de hrivnas (unos 31,7 millones de euros) a las infraestructuras portuarias ucranianas. Además, cada jornada en el mar esperando a recibir el visto bueno de Rusia para cruzar el estrecho de Kerch cuesta a las navieras que han fletado los barcos entre 8.300 y 13.000 euros diarios.

DOS VERSIONES / Al margen de la tensión en el mar de Azov, los comentaristas se preguntan por sus circunstancias desencadenantes inmediatas, tanto en Kiev como en Moscú. Circulan principalmente dos versiones no excluyentes. La primera señala a Putin como provocador inmediato, cuyo objetivo sería «mermar la estabilidad de Ucrania y dañar a Porosheko» a pocos meses de las elecciones presidenciales . «Mientras Trump está distraido con su fracaso en las elecciones y el Reino Unido con el brexit, es un buen momento para crear inestabilidad en Ucrania antes de las elecciones», señala Anne Appelbaum, conocida periodista e historiadora polaconorteamericana. La segunda hace referencia a la evolución interna de Ucrania y al hipotético deseo del impopular Poroshenko de aplazar los comicios gracias a la implantación del estado de excepción.

En las cancillerías occidentales han ido en aumento las voces que defienden la imposición de nuevas sanciones a Rusia por su política «expansionista».