«Señora ¡esto es el Sahel, una de las zonas más peligrosas del planeta!», explota furioso un policía del aeropuerto de Niamey, la capital de Níger. Una viajera acaba de quejarse por cinco controles en menos de tres metros a su documentación y equipaje, y el agente no duda en recordárselo. «Lo reviso todo de nuevo, sí. No podemos no hacerlo. Porque no nos fiamos de nadie. Esto lo tiene que entender», insiste.

En su oficina en el centro de la ciudad, Mouslim Sini Mohamed también se debate entre la rabia y la resignación. Rabia porque su país, Níger, rico en recursos en el subsuelo, es uno de los más pobres del mundo, ahora también víctima de los devastadores efectos de la crisis climática. Y resignación por el peligroso vecindario que los rodea. «De los 5.800 kilómetros de fronteras del país -dice este operador humanitario de la oenegé World Vision- solo 200 no suponen un riesgo: los del confín con el diminuto Estado de Benín».

En el norte, Níger padece la amenaza de un guerra total en Libia, país que antaño era considerado una especie de Eldorado económico de África. En el sur y sureste, en las fronteras con Nigeria y Chad, persiste la violencia de las bandas del grupo yihadista Boko Haram, que ha infectado el lago Chad y, en los últimos cuatro años, también la región nigerina de Diffa.

VIOLENCIA EXTREMA

Allí ya hay 104.000 desplazados registrados por el Gobierno y, en los primeros meses del año, la lucha se ha recrudecido. Solo en marzo fueron asesinadas 90 personas, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU. Y en abril se produjo un ataque suicida contra soldados gubernamentales, mientras que un coche bomba explotó en un centro de Médicos Sin Fronteras (su representante en Níger es el español Francisco Otero Villar), en la comuna de Maine-Soroa, fronteriza con Nigeria.

Al Qaeda en el Magreb islámico, en cambio, acecha en el desierto de la vecina Argelia, mientras que los ataques interétnicos y yihadistas en Malí se han extendido, desde el 2016, también a Burkina Faso y a las regiones nigerinas de Tillabéri y Tahoua, donde el estado de emergencia sigue vigente desde el 2017 después de que quemaran sin piedad escuelas y secuestraran a civiles. «La situación en Tillabéri ha escalado tanto que ya ni podemos acercarnos a las aldeas para prestar ayuda. Solo permanecemos en la carretera principal y nunca vamos acompañados por operadores europeos. Es demasiado peligroso», se aflige Mohamed.

La presencia militar de las potencias occidentales en Níger es un reflejo de la difícil situación que atraviesa una región que los gobiernos europeos y Estados Unidos ven como estratégica, por su posición geográfica y su posible impacto migratorio sobre Europa, pero también por las riquezas que posee (uranio, petróleo y oro). En la actualidad, los países que mantienen contingentes oficiales en el país son Alemania, Italia, EEUU, Reino Unido y Francia, antiguo poder colonial del país y todavía principal actor en la región.

Washington logró mantener su presencia con sordina hasta que, en octubre del 2017, cuatro de sus soldados fueron asesinados en una emboscada en la frontera entre Níger y Malí por un grupo vinculado a Estado Islámico. Desde entonces ya no se esconden. Los aviones de la US Air Force se ven despegar de los aeropuertos de Niamey y Agadez.

PARTICIPACIÓN ESPAÑOLA

Aunque también en los otros países del Sahel hay una presencia mixta de fuerzas nacionales, multilaterales, regionales e internacionales. Un ejemplo es Minusca, la misión de mantenimiento de la paz de la ONU en Malí, país en el cual España mantiene un contingente de más de 250 efectivos (que sufrieron un ataque en febrero, sin heridos), integrantes de la misión de entrenamiento de la UE, que ofrece asesoramiento a Mauritania, Burkina Faso y Chad. La UE también tiene la misión Sahel-Níger contra el terrorismo, algo que, todo junto, los críticos consideran que equivale a una militarización occidental del Sahel.

«Estamos muy preocupados por la situación en Níger y en todo el Sahel», dice Alessandra Morelli, la representante local del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (ACNUR). Todo sumado, el número de personas que Morelli debe atender tan solo en Níger equivale a la mitad de los que viven en una ciudad como Valencia: más de 380.000 individuos, entre desplazados internos y solicitantes de asilo.

Y las cifras de la ayuda tampoco empujan al optimismo en el 2019: de los 76 millones de dólares requeridos por ACNUR para hacer frente a las crisis en Níger, en los primeros cinco meses del año solo han llegado poco más de 32 millones. Aunque peor es la situación en Malí, Burkina Faso y Chad.