A pocos días de su gran momento de gloria, el trabajo se multiplica en el Sambódromo de Río de Janeiro, un icónico recinto de la ciudad brasileña que este año celebra su trigésimo aniversario con las habituales escenas carnavalescas y los nervios de las escuelas de samba que ultiman sus desfiles.

Y es que en estos 30 años el Sambódromo, oficialmente "A Passarela Professor Darcy Ribeiro", se ha erigido en alegoría de una ciudad llena de imágenes representativas y ha observado desde su posición privilegiada en el centro de la ciudad los cambios de un país que ha pasado de subdesarrollado a potencia emergente y de dictadura a democracia de la mano del Carnaval.

Tal vez era esa imagen la que tenía en mente Oscar Niemeyer, el arquitecto fallecido en 2012, cuando en 1984 recibió el encargo de diseñar un recinto al aire libre que mantuviese el espíritu popular del Carnaval y que diese calor a la mayor celebración de la preCuaresma del mundo.

Desde aquel día la trascendencia de los festejos superaron cualquier estimación que el más optimista de los ayudantes de Niemeyer tuviera en su mejores sueños y es que los visitantes que han llegado hasta el Carnaval carioca se cuentan por millones.

Esos visitantes se han dejado seducir por la estructura de Niemeyer que simplificó al máximo el diseño reduciéndolo a una avenida, la famosa "Marques de Sapucaí", rodeada de graderíos simétricos de cemento a ambos lados para el público y de una plazoleta final bautizada explícitamente como la "Plaza del Apoteosis".

"La marca del brasileño es la alegría y eso es justo por lo que el samba y el Carnaval tienen tanto valor", comentó esta semana el alcalde de la ciudad, Eduardo Paes, durante la ceremonia de inauguración del nuevo "Paseo de las Estrellas" del Sambódromo, que está listo para los espectáculos carnavalescos que comienzan el viernes.

Para Paes, la construcción del recinto supuso "el gran momento de transformación del carnaval carioca" y no es en vano, ya que se constituyó como un enfrentamiento frontal con las consideraciones peyorativas que tanto el festejo que precede a la cuaresma como la samba tenían en gran parte de la sociedad brasileña.

Cuando finalmente fue inaugurado, el Sambódromo sustituyó a la céntrica avenida Río Branco -donde se instalaban gradas temporales para la audiencia- como corazón del carnaval carioca pero fue mucho más allá.

En la actualidad, escuelas de samba ocupan los locales del recinto donde ensayan y aprenden la danza de raíces africanas y la parte central del Sambódromo es aprovechada para grandes conciertos.

Solo el año pasado albergó uno de los grandes eventos musicales cuando la formación original de Black Sabbath, con un batería alternativo, sedujo al público de Río de Janeiro al compás de sus sonidos oscuros, un ritmo y una escenografía muy diferente a la que toma el escenario durante el Carnaval.

En 30 años también ha sido escenario de otros eventos como cultos evangélicos o exhibiciones de motociclismo, y aguarda con expectación la llegada de los Juegos Olímpicos que albergará Río de Janeiro en 2016, cuando será sede de la prueba de tiro con arco y del final de la prueba reina, el maratón.

Sin embargo, y pese a la proliferación de eventos, su momento de gloria sigue siendo el mismo, los días de Carnaval entre febrero y marzo, cuando el mundo posa sus ojos sobre el magno escenario de cemento.

Durante cuatro días las doce escuelas de samba del llamado Grupo Especial de Río de Janeiro, así como las de categorías menores, realizan lujosos desfiles para los 80.000 espectadores diarios que anegan las gradas.

Los desfiles de las escuelas de samba, cada una con hasta 5.000 integrantes y reforzadas por carrozas alegóricas y enormes orquestas, son considerados la principal atracción del Carnaval de Río y el mayor espectáculo del mundo al aire libre.

En las afueras del recinto los ciudadanos de Río de Janeiro que no consiguen acceder organizan su propia fiesta.