En una reunión casi improvisada el primer día tras su regreso de las vacaciones, el canciller alemán, Gerhard Schröder, trataba de buscar en la tarde de ayer una salida al clima de confrontación social que ha ocasionado su reforma laboral, bautizada como Hartz Cuatro.

Aunque el Gobierno trató de quitar importancia a la reunión, el hecho de que los ministros de Finanzas, Hans Eichel, y de Economía, Wolfgang Clement, así como el presidente de Los Verdes, Rainer Bütikofer, se vieran obligados a interrumpir sus vacaciones para asistir a ella indicaba suficientemente que se trataba de una verdadera crisis.

Schröder decidió ocuparse de la cuestión personalmente después de que esta semana las cada vez más frecuentes críticas desde las propias filas socialdemócratas a la reforma laboral le hicieran temer un descarrilamiento de la situación. Unos correos electrónicos anónimos enviados a las bases de su partido (SPD), llamando al derrocamiento del canciller, ya caldearon el ambiente la semana pasada. En plena campaña electoral en varios estados federados, Oskar Lafontaine, expresidente del partido y exministro de Finanzas de Schröder, echó más leña al fuego asegurando que en las próximas elecciones pedirá el voto para un partido de izquierdas alternativo si Schröder mantiene las reformas.

PETICIONES DE EXPULSION Varias figuras del SPD pidieron inmediatamente la expulsión de Lafontaine, que abandonó el Gobierno en 1999 por diferencias con Schröder. "Si quiere guerra, la va a tener", dijo el presidente del partido, Franz Müntefering, a quien no le pareció buena idea echarlo, porque manteniéndolo en el seno del partido "es más manejable". Tiene razón.

El SPD no quiere pensar en la posibilidad de que a Oskar Lafontaine, que tiene un público bastante fiel, se le ocurra pedir el voto para otro partido. Según los expertos, un partido alternativo de izquierdas podría obtener hasta un 20% de los votos. Si, además, fuera apoyado por Lafontaine, al SPD no le quedaría más remedio que olvidarse por una temporada del color de la moqueta de la cancillería.

El socialdemócrata primer ministro de Brandemburgo, Matthias Platzeck, criticó Hartz Cuatro, que unifica las ayudas a los desempleados en una sola y les obliga a aceptar casi cualquier trabajo, por no ser realista con la situación en la ex-RDA. "Hartz Cuatro está pensado para Alemania del Oeste", opinó Platzeck, pues en el Este "hay muchos más parados de larga duración y muchísimas menos ofertas de trabajo".

Ha sido efectivamente el Este del país, donde se encuentran las regiones más castigadas por el desempleo y la ausencia de perspectivas, el que se ha rebelado con indignación contra las reformas.