El círculo vicioso del odio y la venganza en Oriente Próximo volvió a cebarse ayer sobre la población palestina, indefensa ante los atropellos del Ejército israelí. En una reunión presidida por el primer ministro israelí, Ariel Sharon, el Ejecutivo decidió arrasar centenares de casas, acción refrendada por el jefe del Ejército, el general Moshé Yaalon, y el ministro de Defensa, Saúl Mofaz.

Y pese a la represión militar, dos soldados israelís perecieron y otros dos resultaron heridos en el sur de la franja de Gaza, al estallar una bomba al paso de su convoy. Con ellos, son ya 13 los militares de Israel muertos esta semana. Las Brigadas de Mártires de al Aqsa, brazo armado de Al Fatah, se atribuyó el último ataque.

Tras el visto bueno gubernamental, las fuerzas militares israelís iniciaron ayer la demolición de casas, en medio del pánico generalizado de las familias afectadas. Algunos palestinos, portando banderas blancas, pidieron entrar en sus casas para salvar algunas de sus pertenencias. Las primeras casas demolidas, una veintena, fueron las más cercanas al corredor de Filadelfia, entre Egipto y la franja de Gaza, bajo jurisdicción israelí.

La ONU denunció los hechos y la izquierda israelí calificó de "crimen de guerra" las demoliciones. La Autoridad Nacional Palestina llamó a la comunidad internacional para que "impida la destrucción de viviendas" .