Por primera vez desde que estalló la crisis a finales de noviembre, se han visto en las calles francesas chalecos amarillos manifestándose junto a afiliados, simpatizantes y líderes sindicales, a los que también se han sumado representantes de partidos políticos de izquierda. Dominado por una profunda desconfianza en el sistema representativo, el movimiento nacido en protesta por la subida del precio de la gasolina rechazó desde su génesis vínculos con sindicatos y partidos políticos.

A su vez, las centrales sindicales miraban con reservas la revuelta mientras los partidos mantenían una deliberada cautela para no ser acusados de instrumentalizar el descontento popular. Pero ahora parece que las cosas han cambiado. Las reivindicaciones iniciales de los chalecos amarillos se han ampliado, el número de manifestantes cae de semana en semana y es quizás el momento de unir fuerzas.

Ese es el llamamiento que hizo el secretario general de la CGT, Philippe Martinez, al convocar para ayer una jornada de huelga general animando a los chalecos amarillos a sumarse a las marchas organizadas en las principales ciudades del país. El mensaje se escuchó, a juzgar por el tono bicolor de las marchas. «Conviene unirse. La única salida del movimiento es la unidad nacional», decían en el cortejo parisino Sandra y Ludovic, una pareja de mediana edad que se habían puesto un chaleco amarillo por primera vez.

INICIO DE LA REVUELTA

Abiertamente hostil a los chalecos amarillos al inicio de la revuelta, lo que no ha logrado Martinez es la unidad sindical en su nueva estrategia para combatir las políticas liberales de Emmanuel Macron. Force Ouvrière o la moderada CFDT marcaron distancias. En el primer caso porque dicen no tener nada en común con un movimiento que consideran más político que reivindicativo. En el segundo, porque no quieren compartir pancarta con los líderes más controvertidos de los chalecos amarillos, como el camionero Eric Drouet, quien animó poco menos que a asaltar el Palacio del Elíseo. Los vaivenes de Martinez son también criticados sotto voce en el propio sindicato.

DISCURSO CAMBIANTE

Basta tirar de hemeroteca para rescatar declaraciones en las que decía que los chalecos amarillos estaban apoyados por la patronal o que defendían los postulados de Marine Le Pen. Su discurso ha ido mutando hasta llegar a olvidar que un grupo de militantes de la CGT fue expulsado del cortejo parisino a finales de enero.

«Hay muchos chalecos amarillos y eso es bueno. Las reivindicaciones comunes existen, son sociales. Aparte del color del chaleco, no veo muchas diferencias», dijo Philippe Martinez en la manifestación parisina que transcurrió desde el Ayuntamiento hasta la plaza de la Concordia y reunió 14.000 personas, según un recuento independiente, 30.000 según los organizadores.

A la convocatoria de la CGT se unieron militantes del sindicato Solidaires, del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), el Partido Comunista y la Francia Insumisa, representada por Jean-Luc Mélenchon, que desfiló en París, así como Atacc y los sindicatos estudiantiles como Unef o UNL, que llevaron a la calle a muchos jóvenes. La movilización se inició de madrugada con el bloqueo de rotondas y algunos centros estratégicos, como el mercado de Rungis, en la región parisina o el acceso al aeropuerto de Nantes. Salvo en la circulación de los trenes de cercanías, los paros han tenido una escasa incidencia.