El nuevo jugador en el tablero global con el que todos los líderes pugnan por fotografiarse reina en un país del Extremo Oriente con apenas 24 millones de personas y un PIB ridículo. Es, probablemente, el mayor logro de aquel veinteañero mofletudo que ya asentó su autoridad frente a la gerontocracia militar y puso EEUU a tiro de sus misiles.

Kim Jong-un se ha reunido en dos ocasiones con el presidente surcoreano Moon Jae-in, y en otras dos con el chino Xi Jinping, departirá hoy con Donald Trump, ha cursado las invitaciones al ruso Vladímir Putin y al sirio Bashar-al Assad y negocia con el primer ministro japonés Shinzo Abe. Incluso China había arrinconado a Kim Jong-un tras sus tercos desmanes nucleares. Lo más parecido a un diplomático que se le había acercado hasta abril era al asilvestrado exbaloncestista Dennis Rodman.

El nuevo Kim es un hombre de Estado responsable, humilde y terco defensor de la paz, que no amenaza con inminentes océanos de fuego. En el plano interno ha relajado la rígida ortodoxia del clan familiar: presentó a su esposa en sociedad y no ha embellecido su biografía.

«Corea del Norte estuvo muy activa durante la guerra fría en el mundo socialista. Cuando terminó, intentó encontrar un orden internacional que coincidiera con su ideología. Hoy parece que Kim Jong-un quiere entrar en la comunidad internacional capitaneada por Estados Unidos de naciones respetables y abandonar su pasado de pequeño país atrapado entre dos superpotencias como China y Japón», señala Benjamin Young, experto en Corea del Norte.

ESTRATEGIA DIPLOMÁTICA / Pionyang siempre ha buscado un asidero para frustrar su aislamiento. Su diplomacia basculó sabiamente entre China y Rusia y hoy, en medio de la orgía diplomática,