Cuando Steve Bannon trabajó para Donald Trump, en la campaña y en la Casa Blanca, fue visto y denunciado por muchos como el cerebro de la presidencia más radical que Estados Unidos ha vivido en mucho tiempo y hasta se ganó personaje propio en las parodias de Saturday Night Live. En las sombras, mientras, estaba Stephen Miller, un radical asesor del presidente, de 33 años, con muchas ideas ultranacionalistas que le conectan a Bannon. Hoy está claro quién ha logrado que perdure su poder e influencia en el 1600 de la avenida de Pensilvania. Los titulares hablan ya de la presidencia de Miller.

Aunque Trump declara que solo hay una persona al frente de la política migratoria, y por si quedan dudas se señala a sí mismo, alaba a Miller como brillante y ha dado señales de haberle encargado el renovado impulso al endurecimiento de esa política. El papel del asesor, cuya huella ya se sentía en los discursos del presidente y en controvertidas decisiones como el veto a los ciudadanos de países de mayoría musulmana o la aplicación de la política de separación de familias inmigrantes, ha sido fundamental en la decapitación en Seguridad Nacional. Y tanto desde ahí como de otras agencias vinculadas a inmigración como Estado y Justicia y desde el Congreso llegan noticias de la presión directa que ejerce Miller, que algunos llegan a definir de intimidación.

RADICAL

Hijo mediano de una familia acomodada de judíos con raíces en Bielorrusia, Miller evidenció sus posturas nacionalistas y xenófobas desde adolescente en su instituto en la progresista Santa Mónica (California), donde luchó contra el uso del español o criticó la supuesta corrección política tras los atentados del 11-S. Se ganó la admiración y el altavoz de medios conservadores, donde su presencia creció aún más durante su etapa en la Universidad de Duke, en la que conoció a David Horowitz, marxista reconvertido en provocador de extrema derecha que pavimentó su llegada a Washington para trabajar en el equipo de prensa de la congresista del Tea Party Michelle Bachmann.

Horowitz también le recomendó al entonces senador Jeff Sessions y cuando Miller empezó a ejercer en el 2009 como su director de comunicación nació una alianza que durante tiempo estuvo en los márgenes pero ha dado el salto al mainstream republicano. Ya en 2013 Sessions y Miller se reunían con Bannon y auguraban que la movilización del voto blanco de clase trabajadora apelando a los más bajos instintos contra los inmigrantes centraría las siguientes presidenciales. Trabajaron también para sacar del Congreso a Eric Cantor, el líder republicano que podía haber impulsado una reforma bipartidista de las leyes migratorias. Fueron los primeros en Capitol Hill en respaldar la candidatura de Trump e hicieron la agenda radical contra los inmigrantes eje de esa campaña. Ganaron.

Miller ha sabido, además, navegar las turbulentas aguas de la Casa Blanca en las que otros han naufragado y, astuto, mantiene una relación práctica y cordial con Jared Kushner, yerno y asesor del presidente, un novato político de 35 años que al plan para Oriente Próximo, las relaciones comerciales o la reforma de la justicia penal ha sumado competencias en inmigración. Las ideas de Kushner son algo más moderadas que las de Miller. De momento, no parecen ser las que prefiere Trump.