Sudáfrica conmemora hoy 25 años de las primeras elecciones en que todos sus habitantes pudieron votar sin distinción de raza. Lo hace con las heridas de casi medio siglo de apartheid aún abiertas, pero también consciente de la injusticia que se dejó atrás y de lo mucho que se ha conseguido desde entonces.

«Fue muy importante porque era la primera vez que se nos permitía elegir a nuestro Gobierno», explica Beauty Modise, una empleada del hogar negra de Johannesburgo que está a punto de jubilarse. Modise, que el 27 de abril de 1994 tenía cerca de 40 años, fue una de las millones de personas que formaron larguísimas colas ante las escuelas habilitadas como centros electorales a lo largo y ancho de un país que se volcó en aquellos comicios. «Tuvimos que esperar muchísimo, pero no nos importaba. Habíamos esperado tantos años», rememora Modise, que reconoce el nerviosismo que le producía la idea hasta hacía poco tan lejana de expresar su voluntad en una urna.

La gran novedad de aquella votación inédita en Sudáfrica que enterraba definitivamente el sistema de segregación racial del apartheid y consolidaba el éxito de la transición estaba en los townships y los bantustanes. Construidos junto a las ciudades en que solo podía vivir la población blanca, los townships eran asentamientos urbanos que existen todavía hoy y que fueron levantados por el régimen nacionalista afrikáner para albergar a los obreros negros que trabajaban en los núcleos urbanos. Los bantustanes eran las reservas rurales en que el apartheid confinó, segregándola según su grupo étnico, a la población negra que no necesitaba en las ciudades.

Hasta entonces condenados a ser ciudadanos sin derecho a voto ni libertad de movimiento, los habitantes de los townships y los bantustanes salieron a votar en masa. Quienes lo vivieron recuerdan la intensidad de aquel día crucial en la historia de Sudáfrica. «Todo el mundo quería votar», dice un trabajador de una gasolinera que estrenó su derecho al voto en Soweto, el mayor township del país, que hoy es parte de Johannesburgo. «Había señoras mayores, jóvenes, discapacitados que llegaron apoyados en otras personas para votar», cuenta con el mismo entusiasmo que sintió en aquellos momentos.

Aunque era para sus habitantes algo tan habitual como lo es hoy en España o el Reino Unido, las de 1994 también fueron unas elecciones inolvidables en las zonas de población blanca. Ann Klemptner es administrativa y vive y trabaja en Parkview, un barrio residencial de larga tradición burguesa y habla inglesa en Johannesburgo. «Había más gente que nunca y, por primera vez, íbamos a los colegios con personas de otras razas», dice Klemptner, en referencia a los trabajadores que vivían en las casas de sus amos y votaban en el barrio. «La gente estaba ilusionada, pero también teníamos miedo ante lo que podía hacer el Congreso Nacional Africano (CNA) una vez en el poder», afirma.

ESTANCAMIENTO

El CNA ganó por una amplia mayoría absoluta aquellos comicios. Su líder, Nelson Mandela, se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica. Mandela administró su popularidad con una magnanimidad casi inconcebible. Evitó tomar la senda de la revancha que habían seguido antes muchos gobiernos poscoloniales en África. Veinticinco años después de aquella votación, Sudáfrica sigue siendo la democracia más vibrante del continente, y su economía, la más sólida. Pero también, un cuarto de siglo después del final del dominio blanco, las estadísticas muestran que los sudafricanos blancos ganan cinco veces más que sus compatriotas negros. Ahora, sin embargo, los sudafricanos negros no han de enfrentarse con ninguna barrera legal para prosperar.