El Supremo Tribunal Federal (TSF), la principal autoridad judicial de Brasil, debatía intensamente anoche la suerte de Luiz Inacio Lula da Silva en medio de una fuerte presión mediática e incluso de sectores militares para que le fuera denegado un habeas corpus. La paridad en el seno del TSF se desempataría previsiblemente con el voto de la juez Rosa Weber, objeto de explícitas peticiones para que le baje el pulgar al expresidente. Si finalmente se impone el rechazo del Supremo, se abre la posibilidad de que fuera arrestado el candidato favorito para imponerse en las elecciones presidenciales del 7 de octubre.

Lula fue condenado en dos instancias a cumplir una condena de 12 años por intercambios de favores que no pudieron ser probados. Según especialistas citados por la prensa, la decisión negativa del STF no significaría una prisión automática. Su defensa todavía podría aprovechar algunos resquicios legales para evitar que se consume el principal anhelo de los sectores más conservadores de Brasil: ver al fundador del Partido de los Trabajadores (PT) en una celda.

Reclamos castrenses / Lula esperaba el veredicto en la sede del sindicato de obreros metalúrgicos en la periferia industrial de Sao Paulo, ahí donde en la década de los 80 encabezó una histórica huelga que le dio dimensiones épicas. Lo acompañaban líderes sociales e intelectuales dispuestos a velar por su integridad. Días atrás, una caravana encabezada por Lula en el sur brasileño fue emboscada a tiros y sentó un peligroso precedente en un país completamente polarizado. De hecho, simpatizantes y detractores del expresidente salieron a las calles mientras los jueces del TSF discutían en Brasilia. Las redes sociales constituyeron el otro espacio de encendida discusión.

Lula fue sentenciado en dos instancias por haber aceptado como soborno un departamento en el balneario paulista de Guarujá de parte de una constructora, aunque no se encontró una sola prueba incriminatoria. El expresidente nunca ocupó ese inmueble. Ni siquiera lo conoció. A los jueces les bastó tener la «convicción» de que el delito existió.

Los principales medios de comunicación brasileños reclamaron casi sin disimulo que los 11 integrantes del TSF respeten esos dictámenes. «La hora oscura del supremo», señaló en su editorial el diario paulista Estado, que llamó al máximo tribunal a «recuperar la dignidad, arruinada desde que se agachó ante Lula». La inquietante novedad política que rodea a las deliberaciones del TSF no estuvo relacionada solamente con lo que se propagó a través de la televisión o los diarios, sino con los cuarteles.

El general retirado Luiz Gonzaga Schroeder Lessa amenazó con un alzamiento castrense si el TSF favorece a Lula. Pero más llamativas fueron las palabras del jefe del Ejército, Eduardo Villas Boas, quien se pronunció contra «la impunidad» del expresidente. Ante la posibilidad de conceder a Lula un habeas corpus, Villas Boas argumentó que «no tengo dudas de que sólo queda el recurso a la reacción armada».

Mientras todo esto sucede, el presidente Michel Temer no abrió la boca. «Debilitado políticamente y atrincherado contra el STF, Temer se llamó a silencio frente al más desafiante mensaje emitido por el comandante del Ejército», señaló el diario Folha de Sao Paulo. Solo el PT y el PSOL, otra formación de izquierda, condenaron al jefe del Ejército. El diputado Jair Bolsonaro, un exuniformado que aspira a la presidencia en octubre en nombre de la derecha, y tiene una intención de voto estimada en los sondeos del 15%, respaldó por su parte el mensaje de Villas Boas. «El partido del Ejército es Brasil. Hombres y mujeres, de verde, sirven a la patria. Su comandante es un soldado al servicio de la democracia y la libertad. Así fue en el pasado y siempre será. Con orgullo. Estamos juntos, general Villas Boas», dijo.

«Esto, definitivamente, no es bueno», concluyó por su parte el exfiscal general de la república Rodrigo Janot. «Si es lo que parece, otro 1964 será inaceptable. Pero no creo en eso realmente», señaló en alusión al golpe de Estado que 54 años atrás inició en la región el ciclo de dictaduras militares. La dictadura brasileña se mantuvo hasta mediados de los 80 y tuteló rigurosamente la transición. Pocos años después de recuperarse la democracia, Brasil quiso enterrar su historia de dolor con una nueva Carta Magna. «Quiera Dios que no quede hecha pedazos una Constitución que en tantos nobles sueños se inspiró en 1988», alertó Jornal do Brasil.

Por su parte, el jefe de la Aeronáutica, el teniente-brigadier Nivaldo Luiz Rossato, consideró que la justicia estaba poniendo a prueba «valores que nos son muy caros, como la democracia». Brasil, añadió, está «a punto de vivir uno de los momentos más importantes de su historia». Sin embargo, le pidió a los militares que sigan «fielmente a la Constitución» y «no coloquen sus convicciones personales por encima de las instituciones».