En el Congreso de Estados Unidos los legisladores han estado ocupados últimamente en censurar a la nueva hornada de congresistas demócratas que cuestionan la alianza incondicional de su país con el Estado judío, critican abiertamente la ocupación israelí de los territorios palestinos y denuncian sin tapujos sus sistemáticos abusos de los derechos humanos. Esa retórica es nueva en Washington, donde el apoyo sin fisuras a Israel es un asunto bipartidista.

La nueva retórica ha abierto grietas en el consenso imperante en el Partido Demócrata y ha soliviantado al establishment de la capital, poco acostumbrado a que se describan las operaciones israelís en Gaza como «horrenda carnicería», que se defina a Israel como «un Estado del apartheid» o se propongan viajes alternativos a los que organizan los lobis proisraelís a Tierra Santa para educar a los congresistas sobre la supuesta vulnerabilidad de Israel y la maldad intrínseca de los palestinos.

El contrataque político se ha centrado en las únicas dos diputadas musulmanas en el Congreso, Rashida Tlaib (de origen palestino) e Ilhan Omar (refugiada somalí), que se ha llevado la palma: «Quiero hablar sobre la influencia política en este país que dice que está bien promover la lealtad a un país extranjero», dijo al abordar las acusaciones previas de antisemitismo proferidas contra ella. La reacción no tardó en llegar desde ambos partidos. El demócrata Josh Gottheimer la acusó de «utilizar el histórico estereotipo antisemita que acusa a los judíos de doble lealtad», mientras otro de sus correligionarios afirmaba que «es inaceptable» cuestionar la relación EEUU-Israel. Algo parecido le había sucedido unas semanas antes cuando dijo que «es todo por la pasta» para explicar el apoyo a Israel en el Congreso.

Múltiples voces en el Congreso han pedido que sea expulsada del Comité de Relaciones Exteriores. Paralelamente, el liderazgo demócrata en la Cámara baja prepara una resolución para condenar el antisemitismo en un gesto inequívoco de repudio a Omar.