En la ciudad más alta, Dios nos queda cerca , dice un cartel a la entrada de El Alto, tan lejos de los favores providenciales que el sentido común se confunde con el milagro. Allí, como suspendida en el aire, 4.200 metros sobre el mar, se encuentra el corazón de la revuelta boliviana que terminó en octubre con el Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, y uno de los lugares claves en los que se pondrá a prueba la eficacia de la política energética del Gobierno de Carlos Mesa, surgida de la consulta popular del domingo.

Según los últimos datos oficiales, el 76% de los bolivianos se mostró de acuerdo con la recuperación de la propiedad estatal de todos los hidrocarburos en boca de pozo y el 59% quiere que el dinero que entre en concepto de exportaciones sirva para las políticas sociales. En El Alto, ciudad suburbial de 800.000 habitantes cercana a La Paz, saben bien cuál ha sido el valor del referendo. Muy cerca, pero con unos 1.000 metros menos de altura sobre el nivel del mar que El Alto, está La Paz y, sin embargo, es otro mundo. Mientras en El Alto nieva, como ocurrió horas antes del referendo, y sus casas de ladrillo y chapa se cubren de un blanco atroz, en la acomodada zona sur de la capital puede haber 10 grados más. "Hasta en eso nos diferenciamos tan brutalmente", dice Gonzalo, un soldador padre de cinco hijos a los que de noche protege con tantas chamarras (mantas) que, bromea, los pierde de vista. "Nos calentamos como podemos", dice. La calefacción es un artefacto utópico para los alteños porque la red de gas no sube a las cumbres. Mesa prometió que, como parte de este "giro fundamental" en la política de hidrocarburos, pronto lo haría. Pero, mientras tanto, sólo llega en garrafas y apenas para cocinar. Cada una cuesta unos 2,4 euros (399 pesetas), el 10% por ciento de un salario promedio y, de acuerdo al grupo familiar, puede durar, con suerte, 15 días.

Resentimiento

Desde El Alto se mira con resentimiento al Chacaltalla, el pico nevado donde los ricos tienen su propia Suiza, se deslizan despreocupados sobre sus esquís y ven caer el sol al resguardo de una chimenea. Rosemari no pide tanto. A los 16 años, y con ganas de estudiar Administración de Empresas, todavía no se acostumbra a lavarse los dientes con el agua congelada de las mañanas ni a la desnudez frente a su novio. "No es el pudor. Es el frío. Y encima tengo que ir a la escuela con falda. Dicen que no se puede saludar a la bandera en pantalones", se queja.

En El Alto, o en otras parte del país más pobre de Sudamérica, el gas no es sólo una consigna. Algunos no confían en Mesa y creen que su política de "nacionalización responsable" es complaciente con las empresas extranjeras. "Lo que necesitamos es la nacionalización total", exige Gonzalo. Otros, en cambio, le han dado su voto de confianza. El presidente, fortalecido después de la consulta, ya le pidió al Congreso que "respete la voz del pueblo". La nueva ley de hidrocarburos debe ser aprobada por una legislatura adversa antes de que termine el invierno. En El Alto esperan que, esta vez, les llegue también a ellos la primavera.