Caracas recibió los debates en el Consejo de Seguridad de la ONU en medio del letargo inexpugnable de los sábados. Solo la búsqueda de comida altera la rutina cansina de un fin de semana que ha sido inédito, por otra parte. Desde las redes sociales, el presidente Nicolás Maduro reivindicó el coraje de su ministro de Exteriores, Jorge Arreaza, para rechazar el ultimátum de la UE y la “intromisión” de EEUU en los asuntos internos de su país. En la plaza Alfredo Sadel, en una zona acomodada de Caracas, Juan Guaidó, el “presidente encargado”, dijo que no se prestará a “falsos diálogos” con el Gobierno para solucionar el conflicto ni aceptará “ir a elecciones en estas condiciones”. “Aquí no confunden a nadie”, enfatizó la máxima autoridad de la Asamblea Nacional (AN) reconocida por Washington y sus aliados como mandatario interino.

En el barrio de Catia, llamado así en homenaje a Manuela Sáez, la amante de Simón Bolívar, las ofertas callejeras y el rumor más oculto del mercado negro, se mezclaban con las radios y televisores que llamaban a resistir un golpe de Estado. “Aquí no se rinde nadie”, reza un viejo mural. Para los maduristas, adquiere absoluta actualidad. Los chavistas descontentos y los visceralmente hartos del Gobierno lo ven apenas como una pared descascarada.

SITUACIÓN DE POBREZA

José quizá no se llama así, pero prefiere decir que es su nombre. Se encuentra en la avenida de Sucre. Alguien le traerá un par de latas de “aceite quemado”. Es el líquido para los automotores que suelen tirarse una vez que deja de servir. Pero la escasez y la pauperización producen milagros: de la basura ha vuelto a la transacción porque permite que un carro funcione tres semanas. José lo compra porque, dice, no puede pagar los cuatro litros de aceite “original” que equivalen a más de dos salarios mínimos (32.000 bolívares).

Catia es un barrio chavista. “No cambiemos el clima, cambiemos el sistema”, se convoca desde una pared. Pero en sus calles se ven las huellas negras de los neumáticos incendiados durante las inéditas protestas de los últimos días. Desde este barrio popular, cercano al palacio de Miraflores, partieron columnas a defender a Maduro. Pero, también, de forma más anónima, hombres y mujeres agobiados por la crisis y la falta de horizonte saludaron la “autoproclamación” del diputado Guaidó. “Me callé demasiados años”, dice Dorislis al salir de un mercadito, aferrada a una bolsa.

EVITAR LA VIOLENCIA

A pocas cuadras, un estudiante hijo de la educación gratuita confiesa que no digiere la figura del “presidente obrero”. La oposición más intransigente tampoco le gusta. Pero lo que más lo ha asustado en las últimas horas es lo que dijo el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, el almirante Craig Faller, sobre el modo de resolver el dilema venezolano. “En 1989 nosotros sacamos a Manuel Noriega de Panamá. Y en 1994 depusimos al presidente de Haití… Por otro lado, al final de la década de los 80, cuando Ferdinand Marcos tenía cientos de miles de manifestantes protestando en las calles de Filipinas, nosotros organizamos su salida y le dimos garantías que no sería enviado de nuevo a Filipinas para ser juzgado. Creo que esa es la vía para salir de Maduro y así, posiblemente, salir de este problema sin violencia”, dijo Faller.

Una reciente encuesta es lapidaria con Maduro. El Gobierno dice sin embargo que el sondeo es espurio y exhibe otros según el cual el 80% de las personas no saben quién es Guaidó. Temerosa, con cierta indiferencia o entusiasmo, la gente en Caracas espera que suceda “algo”, aunque no todos saben muy bien qué. Por lo pronto, consume horas en las colas porque quiere preparar la clásica sopa del domingo: res (casi un salario mínimo el kilogramo), ñame (parecido a la batata), ocumo, calabaza, yuca, perejil, cilantro, ajo, cebolla, ají dulce, pimentón y bolitas de harina. Pobres y ricos, chavistas y antichavitas, se someten a este ritual culinario siempre. El almuerzo de hoy será tal vez distinto. La sopa hace sudar tanto que hay que beber mucha cerveza. Mientras chavistas y antichavistas discutan o callen, se habrán cumplido las 72 horas que dio Maduro al personal diplomático de EEUU para abandonar el país. Seguramente se preguntarán si harán las maletas.