La primera ministra británica, Theresa May, trató de impedir el acceso del entonces ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, a las operaciones secretas más sensible de los servicios de inteligencia porque no se fiaba de él. Johnson, candidato a suceder a May, fue nombrado al frente del Foreign Office en julio del 2016. El cargo implica la autorización de operaciones sensibles y el intercambio de información con los servicios de inteligencia exteriores del MI6, y el servicio de comunicaciones del Gobierno.

Sin embargo, de acuerdo con la BBC, que cita «numerosas fuentes con conocimiento directo de los hechos», May no quiso que Johnson tuviera acceso a los dosieres más delicados, por su incapacidad de guardar secretos, algo que le dejó «muy disgustado».

Mientras una fuente achaca la decisión a la tendencia «a controlarlo todo» de May, otros alegan que fue «una combinación de los defectos de cada uno», aludiendo a la hostilidad existente entre ambos políticos y la falta total de disciplina de Johnson.

La primera ministra tiene la responsabilidad absoluta en materia de seguridad e inteligencia y posee la capacidad de decidir quién puede acceder a determinados informes, pero, de acuerdo con una de las fuentes consultadas por la BBC, la limitación impuesta a Johnson como ministro de Exteriores «no tiene precedente». Desde la oficina de May se asegura que todas las decisiones se adoptaron respetando las normas y Johnson pudo «ver todo lo que necesitaba ver». En noviembre del 2017, la revista New Statesman ya había comentado que los espías británicos «recelaban» a la hora de compartir información con Johnson porque no confiaban en él, después de que un mes antes el entonces jefe de la diplomacia afirmara que la ciudad de Sirte, en Libia, un antiguo feudo del Ejército Islámico, podía convertirse en «el próximo Dubái» y para ello «todo lo que tienen que hacer es limpiarla de cadáveres».

COMENTARIO DEVASTADOR / Mucho más grave fue la metedura de pata que cometió al afirmar descuidadamente que Nazanin Zaghari-Ratcliffe, con doble nacionalidad, iraní y británica, detenida en el 2016 por las autoridades de Teherán, había viajado a Irán a fin de entrenar periodistas y no de vacaciones, como alega su familia. La mujer fue acusada de «intentar derrocar» el régimen iraní y condenada a cinco años de prisión, de la que aún no ha salido.

El comentario de Johnson dinamitó los intentos de varias organizaciones, entre ellas Amnistía Internacional, de lograr su liberación. Tras el incidente, el líder de la oposición, Jeremy Corbyn, pidió el cese de Johnson.