Esa colorista tienda de Adidas en los bajos del otrora severo Hotel Pekín desde el que se tomaron las fotos del 'hombre del tanque' es una metáfora de los cambios de China en 30 años. Había planeado anoche empezar con otra metáfora, la de la lluvia y las lágrimas por los estudiantes caídos, pero el pronóstico del tiempo ha errado. El cielo grisáceo se funde con la inmensidad cementera de la plaza.

La crónica sobre Tiananmén es imperativa en los aniversarios de aquel desalojo o masacre, según las fuentes. Ahí se junta cada 4 de junio la prensa internacional, los policías de paisano con bermudas, mapa y pinganillo y algún turista. No hay muchas más razones para acudir al lugar público más antipático de la capital. Quizá solo la abundancia de chinos del interior rural que conservan su espíritu jovial y piden con tanto respeto como vergüenza hacerse una foto con el extranjero. Pasos subterráneos, arcos con detectores de metales, exigencias de identificación y un perímetro vallado en el que cuesta encontrar la apertura eternizan el acceso. La plaza es el recurso predilecto de la prensa occidental para subrayar la excepcional seguridad ante cualquier cónclave internacional. Basta con acercarse y describir las medidas cotidianas.

Llevo varios minutos intentando encontrar la entrada cuando decido aligerar el proceso saltando una valla baja. Dos policías me piden el pasaporte y las sonrisas terminan cuando ven mi visado de periodista. Pronto son ocho. Finalmente llega un mando policial de inglés mejorable. Acabo de violar las leyes de la República Popular de China, aclara. Nunca pensé que saltar una valla para ahorrarme una decena de metros fuera un casus belli en un país con un civismo bastante más relajado que Japón. También carezco del permiso para trabajar en la plaza que expide una ignota Oficina de Gestión del Área de Tiananmén o algo parecido. Son dos infracciones graves, añade. Y mi colega de 'El País', que ha olvidado el pasaporte, suma tres. Un asunto muy serio.

ORDEN DE DISCULPAS

Alego que un país regido por el imperio de la ley como China debe contemplar en alguna parte esta sorprendente normativa que exige un permiso especial y le pido que me la exhiba. Ahí le he dado. Contesta que mi pertinaz violación de leyes pone en riesgo la renovación de mi visado. Ahí me ha dado. Me ordena que me disculpe por violar las leyes nacionales y expreso mi más firme promesa de enmienda ante el tipo que me ha estado grabando con una minicámara desde el principio. No estoy seguro de que haya pillado el sarcasmo. Insisto en ver esa ley y señala mi nivel de inglés como causa de la confusión. Juraría que me ha devuelto el sarcasmo. Es la habitual partida de ping-pong con derrota asegurada, así que decido no prorrogarla y le pido la dirección de la oficina. Bracea hacia alguna dirección indeterminada y sugiere que la busque con mi GPS. En la comisaría más próxima ignoran de qué oficina les hablo y si la seguridad reforzada responde a alguna fecha sensible. El Club de Corresponsales Extranjeros de China denunciará después la sistemática prohibición del acceso alegando leyes inexistentes.

China sigue tapando aquella represión 30 años después. El diario 'Global Times', rompiendo el tabú, la ensalzó este año como una vacuna contra protestas futuras. Lo hizo en su edición en inglés, es decir, para consumo externo. El cuadro revela que a China le urge un relaciones públicas. Su silencio permite que la prensa extranjera hable ya de decenas de miles de muertos sin fuentes fiables e ignore atenuantes como los esfuerzos negociadores previos de Pekín, la cerrazón de algunos líderes estudiantiles o las escenas de guerrilla urbana. No sirve de mucho que aleje de la capital a los disidentes con "vacaciones forzosas" para evitar que la prensa los entreviste porque lo hizo antes o acudirá al discurso aún más crítico de los exiliados. Y la descripción de los turistas en la plaza solo da para dos párrafos mientras el acoso policial te resuelve la crónica. Tiananmén, hasta el año próximo.