Dakota del Sur se preciaba de ser un estado prácticamente inmune al coronavirus. En contra de la política aplicada por la gran mayoría de los estados, su gobernadora, Kristi Noem, se ha resistido hasta ahora a decretar medidas de confinamiento, una postura que la ha convertido en una de las heroínas del movimiento de protesta que aboga por reabrir cuanto antes la economía. Pero el 25 de marzo algunas cosas empezaron a cambiar en su estado. Aquel día se registró el primer positivo de covid-19 en una planta de procesamiento de carne de cerdo de Sioux Falls. Una semana después la cifra de enfermos ascendía a 80. Dos semanas después, superaba los 660, un número que la convirtió temporalmente en el mayor foco de contagio por metro cuadrado del país.

El caso de la planta de Smithfield Foods en Sioux Falls está lejos de ser una anomalía. La plaga vírica ha golpeado con especial virulencia a las procesadoras donde se matan, se cortan y se deshuesan los pollos, terneras y cerdos que alimentan a los estadounidenses, cebándose con una fuerza laboral mal pagada y compuesta principalmente por inmigrantes y refugiados. Inmigrantes como Agustín Rodríguez, el salvadoreño de 64 años que se convirtió hace dos semanas en el primer fallecido por covid-19 en la planta de Smithfield. Rodríguez necesitaba el dinero y ni siquiera faltó a su puesto de trabajo tras experimentar los primeros síntomas, según ha explicado su mujer. "Lo he perdido por culpa de ese horrible lugar", le dijo Angelita a la prensa local. "Esa mala gente y sus supervisores se están quedando en casa felizmente con sus familias".

Smithfield se resistió inicialmente a cerrar, a pesar de que sus trabajadores estaban cayendo como moscas. Ofreció una subida de sueldo de 500 dólares a aquellos que no faltaran ni un solo día en abril. Pero finalmente tuvo que detener sus operaciones durante tres días para limpiar a fondo sus instalaciones, después de que los sindicatos se le echaran encima por la falta de medidas de protección para sus empleados, que trabajan codo con codo en cámaras frigoríficas e interminables cadenas de producción donde es imposible mantener la distancia de seguridad.

Suministro limitado

Esa misma suerte han corrido al menos 22 plantas cárnicas, en las que trabajaban unos 35.000 empleados, según el sindicato United Food and Commercial Workers. Y probablemente no serán las últimas porque más de 2.200 trabajadores del sector se han contagiado en 48 procesadoras repartidas por todo el país, una situación que ha puesto la industria contra las cuerdas. Aunque no hay hasta ahora ninguna prueba de que el covid-19 se transmita a través de los alimentos o haya infectado a los rebaños, los cierres han reducido un 25% y un 13% la capacidad para sacrificar animales. Compañías como Delmarva Poultry Industry ha tenido que mandar al desguace a 2 millones de pollos por la falta de trabajadores para procesarlos y sacrificarlos de acuerdo a los estándares de la industria.

"La cadena de suministro alimentaria se está rompiendo", dijo el domingo John Tyson, el consejero delegado de Smithfield, la mayor procesadora de porcino del mundo, en un anuncio publicado en la prensa. "Hasta que no seamos capaces de reabrir nuestras instalaciones, habrá un suministro limitado de nuestros productos en los supermercados". Los expertos no creen que la despensa cárnica de proteínas esté en peligro, pero la escasez empieza a notarse y el Departamento de Agricultura prevé que los precios aumenten este año entre un 1% y un 3%.

Ante la compleja situación del sector, el presidente Donald Trump designó el martes a las procesadoras cárnicas "infraestructuras críticas" para obligarlas a seguir abiertas, una medida que ha tranquilizado al sector, pero no ha logrado calmar el miedo de sus trabajadores. "Utilizar los poderes ejecutivos para obligar a la gente a volver a sus puestos de trabajo sin la protección adecuada está mal y es peligroso", dijo Richard Trump, el presidente del sindicato AFL-CIO.