En los últimos años, el rey Mohamed VI ha dado un giro radical a su mandato. Si bien su padre, Hassan II, miró con ojos de oportunidad a los países árabes del Golfo, su hijo ha modificado el rumbo de la estrategia exterior y ha empezado a tejer con otros países africanos una red económica, diplomática y religiosa que le ha reposicionado como actor regional influyente. Antes de ingresar en la Unión Africana (UA), el monarca inició una carrera de fondo, viajando por 54 países con el objetivo de ganar apoyos y complicidades para su retorno a la Institución africana que su padre abandonó en 1982 por discrepancias con el Frente Polisario. Desde la readmisión de Rabat en la UA en el 2017, Mohamed VI debe afrontar tres grandes frentes:

DIPLOMACIA ESPIRITUAL

El monarca, a quien se le atribuye el estatus de "comendador de los creyentes", extendió su modelo religioso moderado en Europa hacia el continente africano. Su liderazgo espiritual está asentado en los valores de la escuela jurídica malikí, el Islam tolerante, además de en la riqueza del sufismo suní que conecta directamente con las sociedades africanas donde esta parte mística del Islam está bien arraigada. Un extremo que le ha llevado a impulsar una inédita diplomacia espiritual.

Esta tendencia se ha concretado con la apertura en Rabat de los primeros centros que acogen a cientos de imanes y ulemas africanos con el objetivo de prevenir el extremismo religioso y, por tanto, extender un islam moderado suní por toda África. El Instituto de Mohamed VI para la formación de predicadores y la Fundación de Mohamed VI de ulemas africanos se inscriben dentro del compromiso de Marruecos para forjar una mayor estabilidad y seguridad en la región. El país magrebí se consolida en su papel de mediador para luchar contra el radicalismo, al tiempo que s un agente clave en el fenómeo migratorio de la zona, con sus luces y sombras.

DIPLOMACIA MIGRATORIA

Su nuevo papel de país de acogida, tras lanzar en el 2013 los primeros procesos de regularización masiva para migrantes del África subsahariana, está transformando el modelo de sociedad marroquí. Al incorporar el estatus de tierra de acogida de migrantes, obliga al monarca a plantear un modelo de diversidad incluyendo las identidades africanas. En más de un discurso oficial, Mohamed se ha referido a ellos como "parte de nosotros" o ha hablado de Marruecos como "una nación africana", desvinculándose de la exclusiva idiosincrasia arabo-musulmán.

Eso sí, a la regularización de los migrantes hay que añadirle un contexto jurídico y plantear políticas públicas para acompañar ese proceso. De lo contrario, la medida de papeles para todos que transformó la imagen que proyecta Marruecos en el exterior, de una nación represora a otra más humanista, terminará en agua de borrajas. La legalización de los subsaharianos contrasta con las violaciones de derechos que se siguen cometiendo contra la migración clandestina en el norte de Marruecos.

DIPLOMACIA ECONÓMICA

El continente africano todavía no ha mostrado su cara más floreciente en términos de recursos naturales y energéticos. Los múltiples nichos que ofrecen el continente siguen siendo un señuelo para las grandes potencias pero también para actores regionales como Marruecos. Rabat se ha convertido en el primer inversor de África occidental y el segundo del todo el continente, solo por detrás de Sudáfrica. Cada día desde el aeropuerto de Casablanca, un vuelo de la empresa nacional de avión, la Royal Air Maroc, sale con rumbo a uno de los 22 destinos del África subsahariana en los que se invierte en recursos.

Los vínculos económicos establecidos por los inversores marroquís, el sector de la telefonía móvil, la red bancaria, la construcción, la agricultura se miran con recelo desde Europa que se sacó de la manga el concepto de la "triangularidad". Esta estrategia podría permitir a los países europeos, a remolque de Marruecos pero con experiencia en el país magrebí, diversificar los negocios hacia el resto del continente.