No se han sentado todavía y Donald Trump ya está celebrando el resultado de la cumbre con el dictador norcoreano Kim Jong-un. A solo cinco días del insólito encuentro en Singapur, el presidente de Estados Unidos predijo ayer que la reunión «será un gran éxito» y adelantó que, si todo va bien, invitará a Kim a visitarle en la Casa Blanca. El optimismo derrochado por Trump contrasta con la opinión de la mayoría de expertos, que no esperan inicialmente mucho más que apretones de mano y sonrisas fotogénicas. En el mejor de los casos, podrían dar pie a que se abran canales de comunicación regular tras más de medio siglo de enfrentamiento y diálogo entrecortado a través de intermediarios. Pero el líder estadounidense no descarta grandes cosas.

Tras reunirse con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, en la Casa Blanca, Trump aseguró que está dispuesto a firmar un acuerdo de paz para cerrar formalmente la guerra de Corea (1950-1953), aunque no procederá al restablecimiento de relaciones diplomáticas hasta que Pionyang se desnuclearice completamente, el objetivo que persiguen las negociaciones. «La cumbre será solo el principio, lo verdaderamente difícil vendrá después», afirmó en el Rose Garden. Su Administración se ha comprometido también a mantener la política de «máxima presión» hasta que Corea del Norte renuncie a su programa nuclear. O lo que es lo mismo, a preservar las durísimas sanciones impuestas por los ensayos atómicos norcoreanos y su programa balístico.

Trump ha dejado últimamente de utilizar la expresión porque considera que no es lo más apropiado ante el «diálogo amistoso» emprendido por los suyos con Pionyang. Ambiciona la foto y sueña con el Nobel, pero también dice estar dispuesto a levantarse de la mesa -como ya hizo al suspender inicialmente la reunión con aquella carta que le mandó a Kim- si su contraparte complica en exceso las cosas. No obstante, el optimismo es la nota dominante. «Tenemos una gran oportunidad para firmar un acuerdo fenomenal. Creo que Kim quiere hacer algo bueno para su pueblo, para él mismo y su familia», dijo ayer.

DESCONFIANZA / Japón apoya la seducción diplomática de la Casa Blanca, pero como demuestra la visita de Abe a solo unos días de la cumbre, no las tiene todas consigo. Por un lado, teme que Washington acabe echándole por la borda con un acuerdo que elimine la amenaza para EE UU de los misiles intercontinentales norcoreanos, pero permita a Pionyang mantener la capacidad para mantener a raya a sus vecinos. Por otro, le preocupa que opte por retirar a sus 20.000 soldados de Corea del Sur a cambio de un acuerdo de paz o reduzca significativamente su número.

Pero su preocupación más inminente pasa por lograr la liberación de los japoneses retenidos en Corea del Norte desde hace años. Abe quiere que forme parte del paquete de demandas de Trump. Ambos dirigentes mantienen una relación personal excelente.