Donald Trump ha vuelto a cambiar de un plumazo varias décadas de política estadounidense en Oriente Próximo. El presidente de Estados Unidos firmó ayer una proclamación presidencial que reconoce la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, la meseta siria ocupada por Israel desde la Guerra de los Seis Días, en 1967. La decisión de la Casa Blanca contraviene la ley internacional, la misma que Washington ha invocado para rechazar la anexión rusa de la Crimea ucraniana o el desmembramiento de Georgia. Ya en 1981, cuando el Gobierno de Menachem Begin extendió la ley israelí al Golán para formalizar de facto la anexión, el Consejo de Seguridad de la ONU declaró la maniobra «nula e inválida» porque el derecho internacional prohíbe la anexión de territorios conquistados por la fuerza.

Trump anunció sus intenciones la semana pasada, cuando expresó en las redes sociales que había llegado el momento de reconocer la soberanía israelí sobre el Golán. Pero quiso formalizarlo teniendo a su lado al primer ministro, Binyamin Netanyahu, un gesto que se interpreta como un espaldarazo a su candidatura para hacerse con un nuevo mandato en Israel. El líder ultranacionalista del Likud se juega la reelección, unos comicios que se le ha complicado después de que el fiscal general anunciara sus intenciones de imputarlo por soborno, fraude y abuso de confianza.

Nada de eso parece presentar complicaciones éticas para Trump, que ha puesto la política exterior estadounidense al servicio del Likud.

SIN APENAS INCENTIVOS

Aunque ningún otro país secunda esta soberanía, la maniobra de la Casa Blanca tiene algunas implicaciones prácticas. Sirve para acabar con el mito de que EE UU es un mediador imparcial en el conflicto de Oriente Próximo. También deja a sirios y palestinos todavía más en la órbita de Irán y Hizbulá, dado que nadie más parece dispuesto a defender su causa. Al mismo tiempo saca de la mesa uno de los pocos incentivos que quedaban para promover y alcanzar un acuerdo de paz entre Israel y Siria.

«Trump se ha asegurado de que Israel estará en guerra perpetua con sus vecinos árabes durante las décadas venideras», comentó experto en Relaciones Internacionales, Fawaz Gerges. Internamente, ha servido también para envalentonar al partido de Netanyahu y sus aliados de la extrema derecha, que reclaman ya sin ningún complejo la anexión del 60% de la Cisjordania palestina, un movimiento que acabaría de destruir la solución de los dos estados.