La estupefacta audiencia entendió que había asistido a un momento histórico. «No culpo a China», acababa de decir Donald Trump. Hablaba del desequilibrio comercial, principal lamento de Washington hacia Pekín durante décadas. Una absolución tan categórica no se esperaba de ningún presidente de Estados Unidos y menos del que alcanzó la Casa Blanca acusando a China del desaguisado económico nacional y anunciando mano dura.

La rueda de prensa de Trump tras su segundo día en Pekín certificó ayer que la sintonía con Xi Jinping, su homólogo chino, sobrevuela tensiones enquistadas y promesas electorales. También que su posición extremadamente débil, acosado por el FBI y con su popularidad por los suelos, no aconsejaba muchos alardes frente al que acaba de ser coronado como el nuevo Mao.

«No culpo a China. ¿Quién puede culpar a un país de aprovechar la ventaja que le da otro para beneficiar a su pueblo? Le doy todo mi reconocimiento a China», expresó Trump. La responsabilidad, añadió, recae sobre sus predecesores, por haber permitido durante años un comercio «muy injusto y desequilibrado».

Trump y una cuarentena de empresarios estadounidenses partirán hoy con acuerdos que suman más de 218.000 millones de euros. El triunfalismo oficial recomienda los matices: se desconoce cuántos de esos acuerdos ya se habían firmado y cuáles acabarán plasmándose.

EXCELENTE RELACIÓN

«Ya hemos visto otras veces que grandes compañías chinas de comercio electrónico anuncian compras de bienes estadounidenses o europeos por millones para vender en sus plataformas y muchos de esos acuerdos no pasan del terreno del memorándum. Pero le servirá a Trump para hablar de su excelente relación con Xi y de cómo está consiguiendo muchas más concesiones que Obama», señaló Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política del Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de Carolina del Sur.

Incluso Rex Tillerson, el secretario de Estado de EEUU, calificó de «pequeños» los acuerdos en relación con el cuadro global y aclaró que tendrán que trabajar mucho más para reducir un desequilibrio comercial que el pasado año alcanzó los 300.000 millones de euros.

TRIUNFO DE LA ‘REAL POLITIK’

Trump había admitido días atrás que ese déficit es «tan alto y grande que da vergüenza mencionar la cifra». El asunto había capitalizado su campaña electoral. Trump acusó a China de ser el mayor ladrón de la historia, de manipular su moneda para favorecer las exportaciones, de destruir empleos estadounidenses y de violar (en el sentido sexual) a Estados Unidos. China no se alteró demasiado porque la sinofobia integra ya la liturgia de las elecciones norteamericanas y previó que la real politik domaría a Trump. La rueda de prensa de ayer confirmó el pronóstico. La comparecencia a la china, sin preguntas de la prensa, impidió ahondar en las contradicciones de su discurso. Trump ha pedido a Pekín que arrime más el hombro con Corea del Norte, el asunto prioritario en su periplo asiático. «El tiempo se agota. Espero que China actúe de forma más rápida y efectiva en este tema que en cualquier otro», afirmó. «Sé algo de vuestro presidente: si trabaja duro, lo logrará», dijo entre sonrisas y mirando a su homólogo. Xi se ventiló el trámite apelando a una solución «a través del diálogo y la negociación».

Pekín considera que las reiteradas peticiones de Washington para que resuelva el problema pretenden ocultar su responsabilidad y defiende que ya ha hecho bastante. Así, ha recortado drásticamente el comercio exterior con Pionyang y ha extendido las sanciones a la compra de carbón y la venta de petróleo, pilares de la economía norcoreana.

ADULACIONES HIPERBÓLICAS

Los ocho minutos de la rueda de prensa fueron salpimentados con miradas cómplices y sonrisas, adulaciones hiperbólicas, masajes de ego y ese almíbar del amor incipiente. No hubo tiempo para acordarse de Liu Xiaobo, el nobel de la Paz fallecido mientras cumplía condena, ni de su heroica esposa, Liu Xia, en arresto domiciliario, ni a Ilham Tohti, el profesor encarcelado por defender a la minoría uigur, ni de todos los abogados de derechos humanos castigados en los últimos años. Con Trump se han acabado aquellas especulaciones de las vísperas de cumbres bilaterales sobre cuánto brío tendrían las denuncias estadounidenses.

Hoy acaba la «visita de Estado plus», concepto acuñado esta semana por Pekín para definir la hospitalidad que desborda la cortesía diplomática. Trump ha disfrutado de un trato inédito en Pekín, afirman ambas administraciones. Es habitual que la diplomacia china subraye esa excepcionalidad tras las visitas de mandatarios extranjeros, para que se vayan embriagados de victoria y desatiendan los logros tangibles.