Más de un centenar de congresistas republicanos enviaron el miércoles una carta al presidente Donald Trump para pedirle que dé marcha atrás en sus planes para imponer elevados aranceles a las importaciones de acero y aluminio. La carta se suma al aluvión de advertencias expresadas estos días desde dentro y fuera de Estados Unidos contra las medidas proteccionistas que pretende aplicar Trump. Las presiones han logrado que se vislumbren excepciones para algunos países, inicialmente Canadá y México, pero el jefe de la Casa Blanca insiste en que no le teme a una guerra comercial.

En una reunión con los miembros de su Gabinete, Trump ha vinculado los aranceles con la seguridad nacional y ha prometido ser «flexible» con aquellos países que hayan «tratado con justicia» a EEUU en el ámbito comercial y militar. Esas palabras sugirieron que podría está dispuesto a eximir de los aranceles al bloque comunitario, el mayor socio comercial de Washington.

Pero la impresión que dejó finalmente fue justo la contraria. El republicano volvió a quejarse de las contribuciones deficitarias a la OTAN de muchos países del Viejo Continente y presentó a la Alianza Atlántica como un mal negocio en el que EEUU paga y los europeos se benefician de su protección.

FIRMA DE ARANCELES / En las últimas horas se han acelerado los trámites para formalizar legalmente los aranceles. Un 30% para las importaciones de acero y un 10% para el aluminio. La firma podría retrasarse para incluir las mencionadas excepciones para determinados países. En el caso de Canadá y México, el primer y el cuarto exportador de acero a EEUU respectivamente, parece que se les concederá un período de gracia de 30 días. Solo si aceptan los términos que Washington propone para renegociar el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), las exenciones se tornarán permanentes.

En la capital hay miedo a una guerra comercial. Pero no solo. Muchos economistas han advertido que los aranceles provocaran un encarecimiento generalizado de los costes de producción de la industria estadounidense, que se ha beneficiado del acero y el aluminio barato del exterior, cuyos precios se han depreciado por la sobreproducción de países como China. «Los aranceles son impuestos que hacen las empresas estadounidenses menos competitivas y empobrecen a los consumidores», dice la carta firmada por 107 congresistas republicanos. «Le imploramos que reconsidere los aranceles generalizados para evitar involuntarias consecuencias negativas».

GIRO PROTECCIONISTA / El giro proteccionista de Trump ha soliviantado a su partido, que ha sido durante décadas el principal exponente del libre comercio. Pero también ha despertado la oposición frontal de la gran industria (salvo la siderurgia) y de los inversores de Wall Street. El presidente ha desoído a los militares, que le han advertido de las consecuencias que la guerra arancelaria podría tener para la seguridad nacional, y al presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, Gary Cohn, que dimitió esta semana al ver como su opinión era ignorada. Si algo puede extraerse de esta batalla es que han ganado los nacionalistas económicos en el seno de la Administración. El «América, primero».

Ninguna de las advertencias ha logrado frenar a Trump, que lleva décadas obsesionado con los déficits comerciales. En otros temas, cambia de opinión tanto como la climatología. No es un hombre ideológico.

Pero en lo que respecta al comercio, lleva desde los años ochenta cantando la misma canción y acusando a países como China, Japón o Alemania de aprovecharse de EEUU, cuando es precisamente su país el que ha dictado las reglas del comercio internacional. Sabe, además, que entre sus bases, en estado como Ohio, Pensilvania o Michigan, estos aranceles suenan a agua de mayo. «Vamos a ser muy justos, vamos a ser muy flexibles, pero vamos a proteger a los trabajadores estadounidenses como prometí durante mi campaña», dijo ayer.