De los tres hijos que tuvo con la modelo checa Ivana Zelnickova, la primera de las tres mujeres a las que llevó al altar, Donald Trump Jr. fue el más difícil. No solo era el más mayor, sino también el que más apego demostró a la familia de su madre y a los veranos campestres en Checoslovaquía, lejos de los corsés, el boato y las apariencias de la vida neoyorkina. Cuando sus padres se separaron, después de que los tabloides de medio mundo publicitaran las infidelidades del magnate en con la que sería su segunda esposa, Don Jr. dejó de hablarle a su padre. Durante un año no le dirigió la palabra, y pasó mucho tiempo hasta que se resignó a seguir los pasos del patriarca.

Es precisamente ese hijo, el mismo que comparó sin ninguna compasión a los refugiados sirios con un cuenco de caramelos Skittles, quien más problemas ha generado para el actual presidente de Estados Unidos. Esta semana hizo pública la cadena de correos electrónicos que intercambió con un intermediario de Rusia antes de reunirse con una abogada cercana al Kremlin en junio del año pasado. El intermediario le prometió “información sensible y de muy alto nivel” para “incriminar” a Hillary Clinton de “parte de Rusia y del apoyo de su Gobierno a Trump”. Junior la aceptó “encantado”, una afirmación que a ojos de numerosos analistas aporta el indicio más evidente hasta la fecha de que la campaña del republicano estuvo dispuesta a cooperar con Moscú para interferir en las elecciones.

Pero Trump no ha vendido a su hijo. En la rueda de prensa que ha mantenido esta mañana en París con su homólogo francés,Emmanuel Macron, ha defendido su comportamiento y ha minimizado la relevancia de la reunión. “Desde un punto de vista práctico, la mayoría de la gente hubiera aceptado esa reunión. A eso se le llama investigar a la oposición, una práctica común en política”, ha dicho en sus primeras declaraciones públicas al respecto. “Nada salió de la reunión, la prensa lo ha magnificado, cuando la mayoría de la gente hubiera hecho lo mismo”.

No es así como piensan muchos en Washington, donde la explosiva reunión sigue generando ríos de tinta. El candidato designado por Trump para dirigir el FBI, Christopher Wray, declaró esta semana ante el Congreso que lo apropiado hubiera sido informar al FBI teniendo en cuenta que la documentación ofrecida procedía aparentemente de uno de los rivales geopolíticos de EE UU. Hoy mismo, el presidente del Comité Judicial del Senado ha enviado una carta a Trump Jr. para que declare ante el Congreso. No es el único que podría sentarse pronto ante sus señorías. También se ha requerido el testimonio de Paul Manafort, por entonces jefe de campaña del republicano y otra de las figuras que asistió a la reunión junto a Jared Kushner, el yerno del presidente y uno de los hombres más poderosos de su Administración.

Al defender a su hijo, Trump lo ha definido como un “joven estupendo, una buena persona” y ha insistido en que la reunión fue muy breve y nada productivo salió de ella. “Aceptó la reunión con la abogada rusa, duró muy poco y no salió nada de ella". También ha negado que la abogada, Natalia Veselnitskaya, trabaje para el Gobierno ruso, como escribió el intermediario en su mensaje. La reacción del presidente entra dentro del patrón habitual desde que la trama rusa pasó a ocupar buena parte del foco mediático de su presidencia. La estrategia consiste en negar las alegaciones cuando no están respaldadas con documentación pública y en minimizarlas cuando las pruebas son irrefutables. La autocrítica o las disculpas no forman parte del repertorio del personaje.

Nueva propuesta sanitaria de los republicanos

Mitch McConell ha castigado a sus colegas republicanos sin vacaciones hasta que no sean capaces de dar con una reforma sanitaria que tenga suficiente respaldo del partido para ser aprobada. La última versión se ha presentado hoy en el Senado, pero todo hace indicar que sus señorías tendrán que seguir aplazando el chapoteo en la piscina. El nuevo borrador pretende abaratar los precios de las pólizas, pero mantiene las rebajas de impuestos masivas para los ricos y no parece haber hecho nada para evitar que al menos 20 millones de personas pierdan el seguro en cuanto entre en vigor la reforma. Es muy probable, sin embargo, que esta versión tampoco sea la definitiva. Al menos tres senadores republicanos ya han anunciado que no la apoyarán, uno más de los que puede permitirse el partido para aprobarla en la cámara alta.