Donald Trump ha despedido de forma fulminante al director del FBI, James Comey, el hombre al que todavía hoy Hillary Clintonsigue culpando de su derrota en las elecciones del pasado 8 de noviembre. La Casa Blanca ha asegurado que la decisión se ha tomado por recomendación del fiscal general, Jeff Sessions, y sus lugartenientes, descontentos por la forma en la que Comey gestionó la investigación sobre los correos de la ex secretaria de Estado. La decisión es como mínimo sorprendente, dado el papel decisivo que el jefe del FBI desempeñó en la campaña, cuando reabrió las pesquisas sobre Clinton a solo 11 días de las elecciones sin nada que a la postre lo justificara. Pero hay otro elemento a tener en cuenta. El republicano Comey estaba también al frente de la investigación sobre los posibles contactos entre la campaña de Trump y Rusia, acusada de interferir en las elecciones.

Para encontrar un episodio similar hay que remontarse a 1973, cuando Richard Nixon despidió al fiscal especial que investigaba el Watergate, Archibald Cox, una decisión que precipitó la dimisión de su fiscal general, Elliot Richardson. Aquella dramática sucesión de acontecimientos, diez meses antes de que el republicano dimitiera por el escándalo, pasó a la historia como la “masacre del sábado por la noche”. Es pronto para saber qué hay verdaderamente detrás de la maniobra de Trump, pero sin ninguna duda servirá para avivar las sospechas sobre la investigación del FBI, que no solo escarba en las maniobras del Kremlin para influenciar las elecciones, sino también en la posible cooperación de la campaña de Trump con la trama rusa.

“Aunque aprecio enormemente que me informara hasta en tres ocasiones de que no estoy bajo investigación, concuerdo con la opinión del Departamento de Justicia de que usted no es capaz de liderar de forma efectiva la agencia”, puede leerse en la carta enviado por Trump a Comey para notificarle su despido. La misiva es de este martes. “Es necesario que encontremos un nuevo liderazgo que restaure la confianza pública en el FBI”, añade el presidente. Hace menos de una semana, el ya ex director de la agencia, testificó ante un comité del Senado, donde volvió a defender su decisión de haber comunicado al Congreso en octubre que reabría la investigación sobre Clinton. Aquella decisión fue por entonces celebrada por Trump, a pesar de que a juicio de los expertos Comey se saltó los protocolos habituales al hacer público que se estaba investigando a uno de los candidatos. Clinton no se lo ha perdonado y tampoco muchos demócratas. Dos días antes de las elecciones, Comey cerró la investigación sin imputarla.

La relación del hoy presidente con el jefe del FBI ha tenido muchos altibajos en el tiempo. Antes de que se convirtiera en su inesperado héroe, Trump le criticó por haber exonerado a su rival demócrata en julio del 2016, cuando cerró por primera vez la investigación sobre Clinton sin acusarla de ningún crimen. Y hace solo una semana, Trump volvió a las andadas y le acusó de haber dado a la ex secretaria de Estado “vía libre pese a las muchas cosas malas que hizo”.

El republicano es un maestro del despiste y sus andanadas de Twitter no siempre son lo que parecen. De hecho, las explicaciones aportadas por sus hombres de confianza para recomendar el despido de Comey no parecen tener mucho sentido a estas alturas. Esgrimen que el director del FBI se saltó las reglas del Departamento al discutir públicamente la investigación sobre el uso que Clinton hizo de sus correos electrónicos durante su etapa como jefa de la diplomacia. “La reputación y credibilidad del FBI ha sufrido un daño substancial y ha afectado a todo el departamento de Justicia”, escribió el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, en un memorando que explica los motivos para recomendar el cese de Comey. Es decir, la misma gente que se benefició en noviembre de los cuestionables actos de Comey -la campaña de Trump—pone ahora el grito en el cielo y decide cortarle la cabeza.