Desde que Donald Trump tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos hace casi 20 meses ha sido constante el goteo de informaciones sobre su volatilidad personal y política y sus tendencias paranoicas, sobre las intrigas palaciegas dentro de una Casa Blanca a menudo caótica y sobre las tensiones y las diferencias ideológicas y políticas en su equipo y su Administración que han provocado numerosos movimientos de personal. Pero lo de las últimas horas es un auténtico tsunami que ha abierto otra crisis en Washington, donde la furia de Trump también se dispara.

El miércoles The New York Times publicó en su sección de opinión un explosivo artículo de un «alto cargo» de la Administración, cuya identidad conocen los responsables de esa sección del diario pero que públicamente mantiene el anonimato. Bajo el título «Soy parte de la resistencia dentro del Gobierno de Trump», el artículo describe una conjura de «héroes anónimos dentro y cerca de la Casa Blanca». «Muchos de los funcionarios de alto rango trabajan desde adentro para frustrar partes de su agenda y sus peores inclinaciones», explica el texto, que habla también de un esfuerzo para «frustrar los impulsos más erróneos de Trump hasta que deje el cargo».

«La raíz del problema es la amoralidad del presidente», justifica quien ha escrito el texto, que afirma que Trump «no está anclado a ningún principio básico discernible que guíe su toma de decisiones» y lo llega a definir como «impetuoso, conflictivo, mezquino e ineficaz». El artículo incluye además información nueva relevante, como la afirmación de que, «dada la inestabilidad de la que muchos han sido testigos», dentro del gabinete se llegó a hablar de la posibilidad de invocar la Enmienda 25 de la Constitución, que recoge un complejo proceso para sacar del poder a un presidente «incapaz de cumplir los poderes y deberes de su cargo». Se descartó, supuestamente, porque «nadie quiso precipitar una crisis constitucional».

Trump ha reaccionado con furia a la publicación del artículo, que llegó un día después de que vieran la luz extractos de Fear, el documentado libro del reputado periodista Bob Woodward donde con declaraciones y acciones atribuidas a altos cargos identificados con nombre y apellido se traza un retrato similar, algo que también llevan meses haciendo artículos de prensa aunque casi siempre con fuentes anónimas. El presidente, en Twitter, planteó que el artículo puede representar «traición», llegó a cuestionar que no sea una invención de The New York Times y escribió que si el «cobarde» autor existe, el diario debería «entregarlo al gobierno por motivos de seguridad nacional». En privado, según fuentes de The Washington Post, su explosión de rabia fue «volcánica».

En una Casa Blanca que lleva meses sacudida por filtraciones que han disparado la paranoia de Trump y la desconfianza en su propio círculo se ha puesto en marcha una búsqueda frenética para identificar quién ha escrito el artículo. Según el Post el propio presidente ha dicho que sospecha que quien sea trabaja en temas de seguridad nacional o en el Departamento de Justicia. Las incesantes especulaciones sobre la autoría, no solo en la Casa Blanca sino en los medios y en todo el país, han provocado también que muchos de los altos cargos de Trump nieguen ser los responsables. Lo han hecho, entre otros, el vicepresidente, Mike Pence; el secretario de Estado, Mike Pompeo; el Director Nacional de Inteligencia, Dan Coats, y hasta el secretario de Vivienda, Ben Carson. Sus comunicados son ejercicios públicos de lealtad, uno de los bienes más preciados en el universo de Trump, si no el que más.

Para algunos, el artículo solo constata lo que se ha ido contando de la Administración y del presidente. Entre ellos se cuenta el senador republicano Bob Corker, que el año afirmó saber «de hecho que cada día en la Casa Blanca la situación es intentar contenerlo» y definió el ala oeste como «una guardería para adultos». Pero tanto la publicación como el contenido mismo provoca también interrogantes. Hay quien teme que de alas a la obsesión de Trump con que el «estado profundo» está maniobrando en su contra, una confabulación que identifica sobre todo cuando critica la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre el Rusiagate.