Todo apunta a que Donald Trump anunciará este jueves o el viernes que considera que Irán no está cumpliendo las obligaciones que le impuso el acuerdo multilateral por el que en julio de 2015 decidió frenar su programa nuclear militar. Y aunque falta la confirmación oficial, la espera se vive con tensa expectación no solo en Washington, donde Trump pasará la decisión de qué hacer al Congreso, sino también entre los otros firmantes del pacto: Rusia, China, Francia, Alemania y Reino Unido.

El martes Theresa May llamó a Trump para reafirmarle "el fuerte compromiso con los socios europeos, con el acuerdo". El embajador alemán en Washington, Peter Wittig, ha recordado que "el Consejo de Seguridad de la ONU respaldó el acuerdo y el mundo creyó la palabra de EEUU y deshacerlo pondría en peligro su credibilidad y la de Occidente". Y dentro de la propia Administración, el secretario de Defensa, James Mattis, y el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, el general Joseph Dunford, constataban la semana pasada ante el Congreso que Teherán está cumpliendo.

Maniobra de imagen

Trump, no obstante, parece empeñado en no certificar ese cumplimiento, algo que debe hacer por ley cada 90 días. Y hay mucho de maniobra de imagen en su decisión. El presidente ha denunciado repetidamente el acuerdo negociado por Barack Obama, definiéndolo como "el peor pacto firmado nunca", y negándose ahora a certificarlo (algo que ya ha hecho dos veces) enviaría a sus votantes el mensaje de que por fin ha sido fiel a sus críticas.

En realidad, no obstante, Trump no desharía el pacto, y pasaría la patata caliente al Congreso. Las Cámaras tendrán 60 días para decidir si vuelven a imponer sanciones a Irán que se congelaron cuando se firmó el pacto, castigos que sí podrían dar un golpe mortal al acuerdo internacional.

Trump hace una apuesta arriesgada. Aunque con 52 escaños en el Senado los republicanos podrían lograr aprobar las sanciones sin necesidad de los demócratas, no todos los conservadores están convencidos de dar un paso que podría reactivar la carrera nuclear en Irán y ampliarla a toda la región. Y las guerras que ha abierto con senadores de su propio partido como Bob Corker le restan aún más garantías.