En la portada de la revista Time de la próxima semana, se ve un Despacho Oval inundado por el agua y un presidente con buena parte del cuerpo sumergido que lucha por mantenerse a flote. Un escueto titular dice: «Con el agua al cuello». No es una opinión aislada entre los medios estadounidenses más críticos con Donald Trump. La inculpación de su exabogado personal en dos delitos de financiación de campaña, los avances en la investigación de la trama rusa, las abruptas salidas de personal de la Casa Blanca, sus insultos a diestra y siniestra o su tendencia a falsear continuamente la realidad alimentan la sensación de un presidente acorralado y a la deriva. Pero es solo una sensación. Una mirada a los últimos acontecimientos y los logros acumulados de su presidencia sugiere todo lo contrario: Trump está ganando.

De la revuelta interna en su partido, que marcó los primeros meses de su presidencia, no queda casi nada. La muerte del senador John McCain, que ayer mismo fue enterrado, encarna el silencio de las voces críticas. McCain había sido una especie de custodio del civismo y el decoro en la política republicana, uno de los últimos representantes de su vieja guardia, al que nunca le tembló el pulso para fustigar las niñerías embarazosas de Trump.

DAÑO

«El daño infligido por la ingenuidad, el egoísmo, la falsa equivalencia y las simpatías hacia los autócratas del presidente Trump es difícil de calcular», dijo en julio tras su cita con Vladímir Putin, un espectáculo que definió como «una de las actuaciones más desafortunadas de una presidente que se recuerdan».

Pero McCain es ya historia, como lo serán antes de que acabe el año los senadores Jeff Flake y Bob Corker, el presidente de la Cámara Baja, Paul Ryan, o muchos otros legisladores republicanos que mantuvieron una relación complicada con el magnate. De los 33 congresistas conservadores que abandonarán el cargo en el 2018, solo dos apoyaron a Trump durante la campaña. Muchos hacen las maletas porque su oposición al neoyorkino les ha dejado sin opciones para ser reelegidos.

Su espantada es un reflejo de la victoria del trumpismo en el Partido Pepublicano. No solo se van sus rivales, también llegan sus aliados. De los 37 candidatos al Congreso o al cargo de gobernador que el presidente ha apoyado durante este último ciclo de primarias, 35 han sido elegidos, según el recuento del Wall Street Journal. Las bases no se sienten representadas por la vieja guardia. Y aunque el nivel de aprobación de Trump en las encuestas es bastante bajo, aunque similar al que tenían a estas alturas Clinton, Reagan y Carter, entre los republicanos no ha perdido fuelle. Da igual lo que haga. A finales de agosto tenía un 85% de respaldo, según Gallup.

INDEPENDIENTES

Esos números sugieren que el futuro de Trump dependerá de los votantes independientes, un grupo más preocupado por la economía o la sanidad que por las cruzadas ideológicas. Y por ahí Trump también tiene motivos para presumir. El crecimiento se ha acelerado para situarse en el último trimestre en el 4.2%; el desempleo está por debajo del 4% y entre los negros y los hispanos ha alcanzado mínimos históricos. Las bolsas siguen batiendo récords y las anticipadas consecuencias negativas de la guerra comercial con China o la UE no se reflejan en el cuadro macroeconómico.

De cara a las legislativas de noviembre, los demócratas tienen a su favor la historia y las proyecciones de los especialistas para recuperar al menos la Cámara de Representantes. Pero en una señal de la fortaleza de Trump, el partido ha tomado la decisión de no utilizar el impeachment como arma electoral. Muy pocos lo reclaman. En su lugar, han apostado por denunciar la «cultura de corrupción, nepotismo e incompetencia» que imperaría en la Casa Blanca, en palabras de Nancy Pelosi, una de sus líderes en el Congreso. Parece una estrategia razonable porque, si bien la CNN, MSNBC o The Washington Post salivan con cada nueva revelación sobre la trama rusa, el asunto es tan enrevesado y farragoso que no sería de extrañar que medio país haya desconectado.