Donald Trump es el pasado inmediato del Partido Republicano, pero también su presente y, de momento y previsiblemente por tiempo, su futuro. No es cuestión solo de que lo haya proclamado él mismo este domingo en Orlando (Florida), donde el expresidente ha ofrecido en la reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC por sus siglas en inglés) su primer discurso público desde que el 20 de enero abandonó la Casa Blanca y Washington para no acudir a la investidura de su sucesor legítimo, Joe Biden. Lo ha evidenciado todo lo sucedido desde las elecciones y lo ha ratificado el cónclave conservador, cuatro días de muestra del vigor del trumpismo y donde el exmandatario ha descartado crear una nueva formación.

"Voy a seguir luchando a vuestro lado", ha dicho Trump, dando un respiro a quienes temieron que lanzara una nueva formación que dividiera el voto. "Tenemos el Partido Republicano. Va a estar más unido y fuerte que nunca. No voy a empezar un nuevo partido. Eso fueron 'fake news'", ha declarado.

Ha sido el arranque de un discurso donde, repitiendo sus acusaciones infundadas de un fraude electoral y apuntando de nuevo a la falsedad de que ganó los comicios, ha sugerido que podría volver a presentarse otra vez en 2024.

Populismo, extrema derecha y culto a la personalidad

No ganó sino que perdió, no solo la Casa Blanca sino el control del Senado y aunque los republicanos avanzaron en la Cámara de Representantes no lograron controlarla. Dejó, eso sí, una sólida mayoría conservadora en el Tribunal Supremo y, además, es inamoviblemente popular entre las bases. En algún sondeo llega a una aprobación del 92% entre los que se declaran muy conservadores, que representan el 60% del Partido Republicano, y eso, y su disposición a recordarlo y hacer uso de ello, le vuelve la realidad inescapable del Grand Old Party.

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Atrás ha quedado cualquier intento de mantener siquiera la apariencia de ser el partido de las nuevas ideas que promocionó Ronald Reagan. Los republicanos se han instalado radicalmente en la vena populista, de extrema derecha y de culto a la personalidad. Y en una reunión como CPAC que tradicionalmente aglutinaba a conservadores en lo fiscal y en lo social y halcones en política exterior, los últimos cuatro días solo ha habido trumpismo: ecos de las acusaciones desacreditadas de fraude electoral, desvinculación de cualquier responsabilidad por el asalto al Capitolio, denuncias de la supuesta cultura de la cancelación y diatribas contra las grandes tecnológicas, una diana colocada en China y criticas a los compañeros de filas que se atrevieron a apoyar el segundo 'impeachment' de Trump o a votar, sin éxito, porque fuera condenado.

Puro Trump, éxtasis conservador

El éxtasis ha llegado cuando, con la alfombra roja de una encuesta informal entre los asistentes dando un respaldo abrumador a su agenda y uno también mayoritario pero mucho más moderado a que continúe como líder, Trump ha retomado el escenario. Y ha vuelto el Trump que, en las últimas cinco semanas en Mar-a-Lago, sin cuenta de Twitter y una reducidísima cobertura mediática, había quedado casi como un recuerdo.

Además de descartar la creación de una nueva formación y sugerir una nueva candidatura en su diana ha puesto a Biden, las políticas del demócrata sobre inmigración y frontera y también la última parte de la pandemia que los republicanos están explotando como arma electoral: el cierre de las escuelas. En esa parte del discurso se percibía la mano de los asistentes radicales que le acompañaron en sus campañas y en su mandato como Stephen Miller y Jason Miller. La intervención, no obstante, era también, quizá sobre todo, la declaración personal de intenciones de Trump, el recordatorio de su fuerza. Y ha renovado la idea que ya lanzó el 20 de enero en su despedida de la presidencia: El viaje increíble que iniciamos juntos hace cuatro años está lejos de haber acabado.

En las maletas para ese viaje hay también mucho de venganza hacia quienes Trump considera que le traicionaron o no le apoyaron lo suficiente. Y de igual manera que hace unas semanas ya sacó la ametralladora verbal contra Mitch McConnell después de que el líder republicano en el Senado ofreciera un discurso demoledor tras el 'impeachment' (pese a haber votado por la absolución) Trump este domingo ha denunciado que la única división (en el Partido Republicano) es entre un puñado de corruptos del aparato en Washington y todos los demás en todo el país.

Son algo más que palabras. Hay una evidente cultura del miedo instalada entre quienes aspiran a lograr o mantener un cargo con el carnet republicano. El trumpismo domina el partido a nivel estatal y de condado y castiga o trama campañas contra los desleales. Y el expresidente ya tiene en marcha reuniones y un equipo de antiguos asesores y aliados para lanzar un Super Comité de Acción Política (con menos limitaciones que el PAC 'Save America' que ya está en marcha), manejar las bases de datos y hacer un esfuerzo digital y lanzar una campaña para vetar y respaldar candidatos en 2022 que puedan llevar el sello 'Make America Great Again'.

Ausencias reveladoras

En el CPAC han hablado tanto las ausencias como las presencias. Porque mientras tomaban el escenario Trump y las voces más leales a su filosofía como los senadores Ted Cruz y Josh Hawley, no había ni rastro de quienes en su día fueron vistos como potenciales relevos: el vicepresidente Mike Pence o la exgobernadora y exembajadora ante la ONU Nikki Haley. Por supuesto ni rastro tampoco de McConnell (pese a que el viernes, pese a las agresiones recientes de Trump, el senador dijera que absolutamente lo apoyaría si fuera el candidato en 2024).

El discurso de Trump en el CPAC y todo el cónclave han acabado siendo ejemplo culminante de una transformación del Partido Republicano que explicaba gráficamente a 'The Washington Post' el estratega republicano Todd Harris. Antes era como un taburete de tres patas (el conservadurismo fiscal, social y en política exterior) pero se le ha añadido una cuarta pata que no tiene nada que ver con ideología o política. Se trata de denunciar a los progresistas en Twitter, de machacar a la izquierda, de meterte en peleas que hacen que aparezcas en las noticias.... Es una política de pan y circo, en palabras de Harris, que conecta con la cultura mediática actual, que Trump también aprovechó en su primera candidatura y luego inyectó en política del país, especialmente en el movimiento de base del partido conservador. Y en Orlando se ha probado que sigue palpitando.