Hace tres meses, la Duma estatal, la Cámara baja del Parlamento ruso, estalló en una fuerte ovación en el momento en que el diputado Viacheslav Nikónov, del partido oficialista Rusia Unida, tomó la palabra para anunciar la derrota de la candidata demócrata Hillary Clinton en las elecciones presidenciales en EEUU. En un tono radicalmente diferente, el pasado martes, otro legislador ruso,Konstantin Kosachev, presidente de la comisión de Exteriores del Consejo de la Federación (Senado), alertó de la posibilidad de que la "rusofobia" hubiera "infectado" el Gabinete del presidente Donald Trump.

La 'trumpmanía' cotiza a la baja en Rusia, en especial entre la élite política del país. Después de semanas de euforia, de aluviones de comentarios laudatorios en los medios de comunicación gubernamentales hacia el electo líder de la Casa Blanca y de apreciaciones irrespetuosas hacia su antecesor Barack Obama, diputados, líderes políticos, periodistas y analistas pro-kremlin en Rusia empiezan a constatar que la mejora de las relaciones entre Washington y Moscú, en los términos que esperaban y entre dos presidentes (Trump y Putin) que supuestamente mantenían importantes afinidades políticas y personales, va a quedar, en el mejor de los casos, muy debajo de las expectativas generadas.

ENDURECIMIENTO DEL TONO

A medida que van saliendo a la luz revelaciones sobre lossupuestos vínculos entre el equipo de Trump y Rusia, el presidente electo norteamericano va endureciendo el tono hacia las acciones rusas, con declaraciones que no son bien recibidas por Moscú. Durante la campaña, el aspirante republicano dió a entender que podría hasta reconocer la anexión de Crimea, algo que sonaba a música celestial en los oídos del Kremlin. El martes, el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, en aparente contradicción con lo dicho por su jefe en el periodo preelectoral, declaró que el presidente de EEUU esperaba que Rusia colaborara para "reducir la violencia en Ucrania" y para "devolver Crimea", palabras que coinciden con la linea seguida por el expresidente Obama.

Tales declaraciones han suscitado un alud de airadas reaccionesde la oficialidad rusa. "Rusia no discute con socios extranjeros temas referentes a su integridad territorial", dijo, contrariado, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov. "No devolvemos nuestro territorio", puntualizó la homóloga de Peskov en el Ministerio de Exteriores, Maria Zajárova.

Pero quizás las palabras que mejor revelan el estado de ánimo en Moscú tras meses de ilusiones y euforia sean las pronunciadas porLeónid Slutsky, presidente de la comisión de Exteriores de la Duma. "Esta declaración sobre Crimea es como una ducha fría; enfría nuestras sobreestimadas expectativas en relación a Trump y a su equipo".

La reciente dimisión de Michael Flynn como asesor de seguridad nacional ha enterrado definitiamente el proyecto denominado en inglés 'grand bargain' (gran negociación), del que el militar retirado era uno de sus principales defensores. Se trataba de un pragmático intercambio de concesiones entre Washington y Moscú en los escenarios donde ambas potencias colisionan (Siria y Ucrania) que incluía, desde una revisión de las sanciones impuestas por Occidente a Moscú, al reconocimiento de 'esferas de influencia'.

Tal y como constataba este jueves el comentarista Phill Stevens en el 'Financial Times', un pacto semejante, "hubiera ya encontrado una oposición considerable en el Congreso" tanto de republicanos como demócratas, pero "ahora parece imposible".

El Kremlin emite cada vez más señales de estar actuando a la defensiva, mostrando incluso inquietud ante un posible proceso de 'impeachment' en EEUU contra Trump. Es "lo que el Kremlin teme más", valoran Iván Krastev y Stephen Holmes en Foreign Policy. "Putin se ha convertido en un rehén de la supervivencia de Trump", sostienen, porque una eventual "destitución (del presidente) desencadenaría una virulenta y bipartisana campaña antirrusa en Washington".