La decisión del presidente de Túnez, Zine al Abdín Ben Alí, de suspender la cumbre de la Liga Arabe 36 horas antes de su inicio, que estaba previsto para hoy en su país, ha llenado de estupor, irritación y vergüenza al resto de países árabes. El desacuerdo sobre el proceso de reformas democráticas que EEUU exige a los países árabes se encuentra en la base del nuevo espectáculo de desunión que los países árabes han ofrecido este fin de semana. Por primera vez en sus casi 60 años de vida, la Liga Arabe suspendió una cumbre horas antes de dar comienzo.

En un escueto y duro comunicado oficial, Túnez acusó a algunos países de "tener insalvables puntos de vista sobre asuntos importantes como la modernización, las reformas democráticas, los derechos humanos, los derechos de las mujeres y el papel de la sociedad civil". La agencia oficial de noticias de Túnez --un país que reprime con dureza a los movimientos islamistas-- afirmó que su Gobierno intentó en vano que todos los países árabes apoyaran la democracia y rechazaran cualquier tipo de "extremismo, fanatismo, violencia y terrorismo".

PROPUESTA EGIPCIA Países como Egipto, Jordania, Siria y el Líbano negaron que las diferencias entre las diferentes delegaciones fueran lo suficientemente graves como para suspender la cumbre. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, expresó en un comunicado su irritación y ofreció El Cairo para acoger una cumbre lo antes posible que rescate la unidad de los países árabes. Tras la decisión de Ben Alí de suspender la cumbre se esconden, según filtraron a la prensa otras delegaciones, su irritación por el hecho de que varios países del Golfo iban a enviar delegaciones de un perfil muy bajo y, sobre todo, sus ansias de satisfacer a EEUU después de que el pasado febrero el presidente de EEUU, George Bush, lo aleccionara por las escasas credenciales democráticas de su Gobierno.

La cancelación de la cumbre no podía haberse producido en un momento más inoportuno, en unas circunstancias en las que los países árabes necesitaban adoptar una postura unida. La de Túnez iba a ser la primera cumbre desde la caída de Sadam Husein en Irak y en ella iba a participar una delegación iraquí. Además, varios países querían relanzar la iniciativa de paz con Israel que presentó Arabia Saudí en la cumbre de Beirut del 2002. Y sobrevolando la reunión se encontraba el plan de EEUU, conocido como el Gran Oriente Próximo, que pretende democratizar los países árabes desde Marruecos hasta Pakistán tomando como dudoso ejemplo el proceso en marcha en Irak.

UN RITMO PARA CADA PAIS Egipto, Jordania y Arabia Saudí querían centrar los debates de la cumbre en un plan de democratización alternativo a la propuesta de EEUU, que insistía en la necesidad de dejar a cada país decidir su propio ritmo de reformas.

Otros países, como Siria, querían condenar el reciente asesinato del líder espiritual de Hamás, Ahmed Yasín, y denunciar la ocupación de Irak. Algunos líderes, como el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, ya habían insinuado que varios países estaban interesados en que la cumbre no se celebrara, ya que relanzar una iniciativa de paz con Israel tras el asesinato de Yasín sería una postura impopular.

LA VICTORIA La incapacidad que han demostrado los países árabes para marcar su propio ritmo de reformas es una victoria para la iniciativa de EEUU, mientras que el silencio sobre la situación del conflicto palestino-israelí --el asesinato de Yasín, el plan de separación unilateral de Ariel Sharon-- convenció a Tel-Aviv y decepcionó a la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

"Se ha perdido una oportunidad para tratar la causa palestina y debatir lo que ocurre en Irak", dijo el primer ministro de la ANP, Ahmed Qurei. Más duro fue el líder de Hamás, Abdelaziz Rantisi, quien dijo: "Los líderes árabes tendrán que rendir cuentas ante Dios por la sangre del jeque Yasín". Fuentes israelís calificaron de "signo positivo" que la hostilidad hacia Israel ya no sea un "denominador común árabe".