“Me engañaron para que me fuera de Túnez”. Así de fantasioso seguía siendo el dictador Zine Abidine Ben Alí pocos meses después de que cayera en desgracia tras la revuelta popular que supuso el primer acto de la llamada Primavera Árabe. El entonces derrocado presidente tunecino lo escribió en un comunicado que envió al tribunal que le juzgaba en rebeldía en su país, del que huyó a toda prisa, junto a su esposa, la también todopoderosa Leila Trabelsi, hace ahora diez años hacia Arabia Saudí.

La caída de Bel Alí fue un acicate para los activistas que llevaban años luchando contras las dictaduras en los países de la región. Los movimientos de oposición, reactivados por jóvenes urbanos que utilizaron las redes sociales como herramienta de lucha política, vieron entonces que sí era posible destronar a los autócratas. Tras Ben Alí, cayó el egipcio Mubarak, el libio Muamar el Gadafi y el yemení, Ahmed Saleh en menos de un año.

En el juicio abierto contra Ben Alí, con el que se intentó lograr su extradición, se le acusó de haber ordenado disparar contra los manifestantes, además de traficar con drogas, entre otras imputaciones. Unos informes diplomáticos revelados por Wikileaks en plena revuelta, en los que se demostraba el alto grado de corrupción de su régimen, no hicieron más que extender las llamas de la rebelión.

Un nostálgico muestra una foto del dictador Ben Alí. /NATALIA ROMÁN / EFE

El dictador tunecino -poco antes de caer recibió todo tipo de alabanzas del entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy- estuvo en el poder 23 años durante los que ejerció el poder absoluto, persiguió y encarceló a los disidentes y sometió a la población a un estado policial. Los informes de las diferentes organizaciones de derechos humanos eran demoledores.

Transición premiada

Túnez es el único país árabe que ha logrado salir airoso de la Primavera Árabe, tras poner en marcha con grandes dificultades un proceso de transición hacia la democracia. Entre los hechos más significativos está la Constitución que lograron pactar islamistas y laicos y que fue aprobada por referéndum en el 2014, en la que se garantiza la igualdad de derechos de hombre y mujer y la libertad de conciencia y culto, sin duda la Carta Magna más avanzada del mundo árabe musulmán. Un año más tarde, la transición tunecina fue reconocida con el Premio Nobel de la Paz, concedida al Cuarteto Nacional de Diálogo.

Pero el país no ha escapado a la crisis financiera que golpeó al mundo a principios de la década pasada, ni a las acciones terroristas de grupos yihadistas, dirigidos principalmente contra el turismo, una de sus principales fuentes de ingresos, ni tampoco a las consecuencias de la pandemia. Hoy, día festivo por celebrar la huida de Ben Alí, el país ha empezado un confinamiento parcial.

El descontento de la población con sus dirigentes crece cada día y no son pocos los que añoran épocas pasadas, a pesar de las privaciones de libertad que les atenazaron en época de Ben Alí. El país sufre de un elevado índice de desempleo juvenil y una alta inflación. No son pocos los tunecinos que se embarcan en las pateras en busca de un futuro mejor en Europa.

Ben Alí murió el pasado mes de septiembre en la ciudad saudí de Yeda.