Cuando el fresco amanecer dejó paso a un día soleado y caluroso, Puerto Príncipe se convirtió en una ensalada de tiros. Frustrada su quimera, los chimeres surgidos del lumpen se lanzaron a la calle para esgrimir su desesperación con ráfagas de ametralladora y disparos de fusiles y pistolas. Los rufianes, los más hambrientos y los aprovechados salieron para asaltar y saquear, e incluso algunos opositores mostraron con el tiroteo tanto su alegría como su disposición a defenderse del pillaje.

"¡Viv Titid!", gritaba aún mucha gente en lengua criolla. Los más de 3.000 policías, que debían defender la capital del ataque final de los bien pertrechados y dirigidos exsoldados que tomaron el resto del país, se escondieron con armas y uniformes. "Al fin y al cabo, seguiremos siendo policías", se excusó uno de los que dejaban a su suerte la comisaría de la zona residencial de Petion Ville, que fue saqueada y chamuscada. Quienes asaltaban y quemaban los puestos de policía ya no eran los rebeldes, sino los chimeres , seguidos por las hordas frustradas.

Pillaje y tiroteos

La comisaría central, situada cerca del Palacio Nacional, fue de las primeras en ser saqueada por los partidarios armados de Aristide. En la misma calle, una residencia ardía por los cuatro costados. En medio del caos, medio centenar de delincuentes encarcelados en la penitenciaría nacional, la mayor prisión del país, se dio a la fuga para mezclarse con las turbas y volver a las andadas, no sin antes hacerse con un arma. Eso es lo primero que buscaron quienes entraron en innumerables viviendas. De nada sirvieron los llamamientos de los dirigentes de la oposición escondidos bajo las piedras.

Uno de ellos, Evans Paul, se aventuró a llegar hasta una emisora de radio para clamar inútilmente para que los chimeres pararan la violencia y la policía asegurara el orden. Paul dijo: "´Chimeres´, os queremos ayudar; detened los actos violentos y deponed las armas si no queréis que la desgracia os alcance". También exhortó a la policía, en especial a la antidisturbios: "El país está en vuestras manos" . Todo inútil, pese a que afirmó: "Aristide se ha ido, es un día de apaciguamiento".

Varios grupos bien armados disparaban cual tiro al blanco con fusiles de asalto M-16 contra los vehículos. Una gasolinera de la compañía Texaco acabó incendiada. Los partidarios de Aristide se mostraron extremadamente agresivos; sus manos ya no reclamaban abiertas los cinco años de mandato presidencial, sino que empuñaban fusiles, pistolas, machetes o palos. Centenares de ellos se hicieron con el centro de la ciudad e, incluso, desfilaron con las armas en alto y gritos a favor del gobernante y su partido, Familia Lavalas. Fue la última, terrible avalancha.