La extrema derecha alemana quiere llegar al poder, pero para ello necesitará llegar a pactos que, al menos por el momento, parecen imposibles. Así quedó demostrado hace unos días en el pequeño municipio de Frankenstein, al oeste del país. Fue en esta localidad de apenas 1.000 habitantes donde Monika Schirdewahn, concejala de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) decidió saltarse las normas de su partido para pactar con Alternativa para Alemania (AfD), representados en el pleno municipal por su marido, Horst Franz.

El acuerdo fue fugaz. Pocas horas después de violar las reglas, la regidora fue expulsada de las filas de la CDU. Aunque pueda parecer nimio, este caso ilustra el creciente debate dentro del conservadurismo alemán sobre su cordón sanitario a los ultranacionalistas. En el congreso de Hamburgo del pasado mes de diciembre, el partido de la cancillera Angela Merkel descartó cualquier tipo de «colaboración» con AfD para frenar sus aspiraciones de llegar a las instituciones.

Sin embargo, y a medida que la distancia electoral entre ambos partidos se reduce en cada contienda, ese bloqueo está siendo puesto a prueba. Parte del partido se niega a reconocer a los ultras como oposición legítima, pero otros como el excandidato a la secretaría general, Friedrich Merz, consideran equivocado rechazar a AfD, asegurando que su exclusión de los pactos les regala un «rol de víctima» del que se alimentan. La CDU se debate en esa fina línea.

BRECHAS EN EL BLOQUEO / Más allá de las directrices de la cúpula, la realidad es que el creciente peso electoral de la extrema derecha empieza a seducir a miembros y a parte del electorado de la CDU. Una encuesta de finales de junio señalaba que en el este del país, territorio más favorable para los ultras, una mayoría del 49% pedía «no excluir la cooperación» con Alternativa para Alemania mientras que un 46% sigue oponiéndose a ello. La diferencia con el oeste alemán es abrumadora, pues ahí es un 68% el que descarta cualquier pacto con los ultras mientras que tan solo un 28% se abre a esa posibilidad.

Es precisamente en un diminuto pueblo del este como Penzlin, en el land de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, donde ese cordón sanitario ha sufrido su primera brecha. Ahí, CDU y AfD trabajan de la mano desde las elecciones locales de mayo a pesar de la desaprobación de Berlín.

PRAGMATISMO ULTRA / Durante años Merkel se encargó de vender sus políticas como alternativos (sin alternativa). De ese rechazo a la cancillera nació AfD, escisión de los sectores más conservadores, radicales y etnicistas de la CDU. Aunque en sus cinco años de existencia el partido ha hecho bandera de la crítica a la jefa del Gobierno, ahora ve cómo para poder llegar a las instituciones necesita «hacer una política pragmática junto con otras» formaciones políticas, como ha apuntado su copresidente, Jörg Meuthen.

AfD tiene el viento a favor cara a las elecciones regionales que Alemania celebrará este otoño. En Brandeburgo, Sajonia y Turingia el partido ultranacionalista aspira a obtener más de un 20% de los votos, un porcentaje que les convertirá en decisivos para formar gobierno.

Conscientes de ello, han empezado a mover hilos para acercase a los sectores más conservadores de una CDU nerviosa, cuya directiva quiere bloquear todo tipo de acuerdo con los populistas. «Nunca», dijo la heredera de Merkel, Annegret Kramp-Karrenbauer. Aunque un pacto aún parece lejos, Meuthen remarca que las conversaciones «ya están en marcha».

El cainismo es inseparable de la política, pero en AfD el conflicto interno se ha convertido en la esencia del partido desde su fundación. Esta posibilidad de abrirse a un pacto con los conservadores ha vuelto a tensar una lucha entre las facciones más pragmáticas y las más radicales que previsiblemente se acentuará después de las elecciones de otoño. Será entonces cuando el partido deberá decidir qué hacer con su posición de fuerza: rebajar el tono ante posibles acuerdos o mantener la beligerancia.

Para más inri, a finales de año AfD celebra una nueva cumbre para elegir la cúpula federal del partido en la que esas dos caras chocarán. Meuthen se presentará a la reelección como copresidente, un camino en el que se encontrará con Björn Höcke, jefe del partido en Turingia y representante del ala más cercana al neonazismo. De ahí saldrá su futura estrategia.