¿Por qué Trump da un giro radical semanas antes de cuando estaba previsto que su yerno, Jared Kushner, presentara su plan para el proceso de paz? Nadie tiene la respuesta pero hay al menos tres claves para entender qué le mueve.

El lobi judío

El voto judío no fue trascendental para la victoria de Trump: el 71% optó por Hillary Clinton. Sí fue clave para él, no obstante, lograr el apoyo de Sheldon Adelson, el magnate de casinos que se planteó instalar un Eurovegas en España. Junto a su esposa, Miriam, israelí, donó 35 millones para su elección.

Adelson, para quien el «valor central» de un candidato es el apoyo incondicional a Israel, inicialmente se inclinaba por Marco Rubio. En diciembre de 2015 se reunió con Trump y para mayo de 2016 le daba su respaldo, argumentando que «será bueno para Israel». El mes anterior Trump había dado un discurso ante AIPAC, el principal lobi judío en EEUU, donde por primera vez realizó la promesa de trasladar la embajada.

El peso de Adelson se siente. Jared Kushner instó a Michael Flynn a presionar durante la transición a Rusia y otros miembros del Consejo de Seguridad de la ONU para frenar una resolución de condena a Israel por los asentamientos. Y aunque los retrasos de Trump respecto a Jerusalén y el traslado de embajada habían puesto al megadonante rabioso y «decepcionado», ha acabado logrando su objetivo.

Sionistas cristianos

La ultraderecha cristiana sí fue clave para la victoria de Trump (le apoyaron ocho de cada diez blancos cristianos renacidos o evangelistas, 28 millones de votantes). Para ellos, Trump representa una nueva encarnación de Ciro, el rey pagano persa que liberó a los judíos en Babilonia y les permitió volver a Jerusalén a reconstruir el templo.

Hay más motivos que explican la extraña alianza de la derecha cristiana con un candidato personalmente alejado de sus valores, como la elección del ultraconservador Mike Pence como su vicepresidente y otros representantes de ese ultraconservadurismo social y religioso en su Administración y su equipo. Y con Trump se consolida el peso del movimiento sionista cristiano, que lleva creciendo en EEUU desde los 80. Pence, por ejemplo, habló en verano en una reunión de Cristianos Unidos por Israel y dijo que en la creación de Israel «es imposible no ver la mano de Dios».

La amenaza iraní

El gran elemento geopolítico tras la decisión es un esfuerzo consensuado de Washington con actores clave de la región para frenar el creciente peso de Irán, evidente en lugares y conflictos como Siria, Yemen o Líbano. Y nada en ese campo es más trascendental que el potencial de que Arabia Saudí se acerque a Israel bajo las nuevas políticas del príncipe Mohammed Bin Salman.

Este miércoles un editorial de The New York Times, que reveló los supuestos planes que están negociando Bin Salman y Jared Kushner, se leía que «cualquier posible propuesta puede pretender ser una tapadera política para que Israel y los árabes suníes puedan intensificar su incipiente colaboración contra Irán». Nadie descarta ese potencial giro.