Muchas matrículas de Washington DC llevan escrita sobre su numeración una leyenda que es algo más que uno de los gritos de guerra de la Revolución Americana: No taxation without representation. La frase se popularizó en el siglo XVIII en las colonias americanas del Imperio Británico para expresar su oposición a las políticas de la metrópolis, que cobraba impuestos a sus súbditos coloniales al tiempo que les negaba la representación política en el Parlamento británico. Ese mismo eslogan fue abrazado siglos después por los partidarios de convertir al Distrito de Columbia, la sede administrativa de la capital estadounidense, en el 51 estado de la Unión. Un objetivo que ha quedado empantanado perpetuamente en los equilibrios por el poder político en el Congreso de la nación.

Este viernes, por primera vez desde 1993, la estatalidad de Washington se someterá a votación en la Cámara de Representantes. Y todo indica que será un día histórico para los 705.000 habitantes de la ciudad. Con el respaldo mayoritario de los diputados demócratas, la moción superará con casi toda seguridad el primer trámite legislativo, algo que no había sucedido nunca. Un hito para una población que se siente profundamente maltratada. Sus ciudadanos pagan más impuestos per cápita que los habitantes de cualquier otro estado, pero no tienen los mismos derechos. Aunque pueden votar en las elecciones presidenciales desde 1964, carecen de representantes con derecho a voto en las dos Cámaras del Congreso.

CONDICIONADOS POR EL VETO

Y no acaba ahí su estatus de ciudadanos de segunda porque cada ley que aprueba el Distrito de Columbia tiene que ser ratificada por el Congreso. Un poder de veto que ha impedido, por ejemplo, regular la venta de marihuana después de que fuera legalizada en la ciudad o subsidiar el aborto para las mujeres con rentas más bajas. Esa falta de control sobre su propio destino quedó patente durante las recientes protestas contra el racismo, cuando el presidente Donald Trump decidió desplegar a la Guardia Nacional en la ciudad en contra de la opinión de la alcaldesa. Somos la capital, somos un distrito federal, somos 700.000 contribuyentes y yo soy al mismo tiempo la alcaldesa, la gobernadora y la ejecutiva del condado, dijo recientemente Muriel Bowser. Y aun así el Gobierno federal puede infringir nuestra autonomía.

La ley propuesta por los demócratas pretende acabar con esos agravios y redefinir el estatus jurídico del Distrito. La capital propiamente dicha pasaría a ser un pequeño enclave de 2,5 kilómetros cuadrados, que incluiría la Casa Blanca, el Capitolio, el National Mall, el Tribunal Supremo y varios edificios federales. Todo lo demás se convertiría en el Estado de Washington, Mancomunidad de Douglass, en honor al abolicionista e intelectual negro, Frederick Douglass, uno de los residentes más ilustres de la ciudad.

NEGATIVA PRESIDENCIAL

Pero ese estado, que tendría más habitantes que Vermont y Wyoming, tendrá que esperar porque el líder republicano en el Senado ya ha dicho que no piensa someter a votación el proyecto de ley. Y, por si acaso, Trump ha confirmado que, de llegar a su mesa, la acabaría vetando. El motivo no es otro que el color político de Washington, quizás la ciudad más demócrata de todo el país. En las elecciones del 2016, Trump solo sacó el 4% de los votos. El Distrito de Columbia nunca será un estado, dijo el presidente hace unos días. ¿Por qué debería serlo? ¿Para que haya dos senadores y cinco diputados demócratas más? No, gracias.

En ese cálculo electoral reside la maldición de los habitantes de la ciudad, que respaldan mayoritariamente la estatalidad, según las encuestas. Pero por cínica que parezca la postura de los republicanos, no está exenta de precedentes. En varios momentos de la historia, la aprobación de nuevos estados acabó siendo un cambalache político en tandas de dos, con la premisa de que uno votaría demócrata y otro republicano, lo que permitiría mantener los equilibrios en el Congreso. Así sucedió en 1959, cuando Alaska y Hawái entraron casi al unísono en la Unión. Y el problema que tiene Washington es que el único territorio que aspira seriamente a la estatalidad es Puerto Rico, otro bastión demócrata.