Manuel Valls ha tomado posesión del cargo de primer ministro de Francia en el patio interior del palacio de Matignon tras una escueta y fría ceremonia de traspaso de poderes con su antecesor, Jean-Marc Ayrault.

Ambos han guardado las formas, ocultando su animadversión, pero la tensión era palpable. Ayrault, cuya cota de popularidad es tanto o más desastrosa que la del presidente, François Hollande, ha sido relevado por el hasta hoy popular ministro de Interior a raíz de la debacle sufrida el domingo por los socialistas en las elecciones municipales.

Hollande se ha visto forzado a elegir entre Ayrault, su amigo y fiel colaborador, y Valls, que amenazó con abandonar el Gobierno si el primer ministro continuaba. El presidente considera que el mensaje de las urnas, en las que el centroderecha ha arrebatado a la izquierda 155 ciudades de más de 9.000 habitantes, va en la dirección de dar un giro hacia la derecha y Valls es el mejor situado para capitanearlo. Un giro que el jefe del Estado ya ha empezado a dibujar con la reducción de las cargas sociales de las empresas y una mayor contención del gasto público. "El presidente ha trazado una hoja de ruta para ir más lejos y más rápido", ha dicho el flamante primer ministro a la hora de definir su misión.

"Somos dos socialistas, dos republicanos y dos patriotas", ha subrayado en su alocución Valls, que ha recibido el apoyo de ministros del ala izquierda del Gobierno como Arnaud Montebourg o Benoît Hamon. En cambio, los socios ecologistas de Hollande -que han jugado un importante papel en la victoria de la socialista Anne Hidalgo en París- han abandonado el Ejecutivo debido a su "total desacuerdo" con la línea política de Valls. La continuidad de los Verdes -con dos carteras- es la gran incógnita del nuevo Gobierno. Un equipo que se anunciará mañana y en el que se espera la incorporación de Ségolène Royal, excandidata a las presidenciales y expareja y madre de los cuatro hijos de Hollande.