Honrando a los muertos se honra también a los vivos. Esta es la máxima de la religión judía que tiene relación con la creencia de que, tras la muerte, el alma pasa al mundo futuro. Y precisamente por la creencia de que el cuerpo una vez contuvo un alma sagrada, hay que respetarlo en su totalidad. Para los judíos, la mayor maldición consiste en no ser enterrado con todos sus miembros y, por lo tanto, no estar preparado adecuadamente para la resurrección "al final de los tiempos", cuando llegue el Mesías. La resurrección es, pues, el símbolo de la restauración del hombre y de la de Israel.

Por desconocimiento de esos principios, en Occidente se tiene una imagen distorsionada de Zaka, un grupo de religiosos israelís que cuentan con formación científica y recogen todos los pedazos, por más pequeños que sean, de los cuerpos mutilados en los atentados suicidas. Incluso la sangre. Esa tradición explica también el intercambio entre Israel y el grupo libanés Hizbulá de los cadáveres de tres soldados israelíes y de un traficante vivo, Elhanan Tenenbaum, por 36 prisioneros árabes, los cadáveres de 59 guerrilleros libaneses y la liberación de 400 reclusos.