Sesenta y siete años después de romper relaciones diplomáticas por iniciativa de Pekín, China y el Vaticano acaban de eliminar «provisionalmente» el obstáculo más importante que desde aquel año les ha mantenido separados: el nombramiento de obispos. El acuerdo, que fue anunciado ayer, fue firmado en Pekín por el subsecretario de Relaciones de la Santa Sede con los Estados, Antoine Camilleri, y el viceministro de Relaciones Exteriores de la República Popular de China, Wang Chao, como jefes de las delegaciones vaticana y china, respectivamente.

De momento no se han dado detalles del contenido del pacto que el director de la oficina de prensa de la Santa Sede, Greg Burke, calificó de «inicio» de un camino hacia la futura normalización de las delicadas relaciones bilaterales. Burke explicó que los fieles en China podrán «tener obispos que estén en comunión con Roma» y «al mismo tiempo reconocidos por las autoridades chinas». Como parte del acuerdo, el papa Francisco ha reconocido a siete obispos vivos y uno fallecido nombrados por China que hasta ahora no eran admitidos «de forma oficial» por la Santa Sede. «Deseo que se pueda poner en marcha un nuevo recorrido que permita superar las heridas del pasado, realizando la plena comunión de todos los católicos chinos», escribió ayer el Papa.

FIELES EN LA CLANDESTINIDAD

Desde que China rompió con el Vaticano, en 1951, el régimen de Pekín no reconoce la figura del Papa y tiene su propia institución, Iglesia Católica Patriótica. Los chinos fieles a Roma han permanecido desde entonces, en mayor o menor medida, en la clandestinidad. El gigante asiático siempre ha exigido a la Santa Sede que se abstuviera de inmiscuirse en los asuntos internos del país. Si un prelado decía en China, por ejemplo, que el aborto no debe estar permitido o que los obreros deben poder sindicalizarse, cuestiones que Roma considera que atañen también a la fe católica, Pekín respondía que el religioso estaba «haciendo política» y se estaba metiendo donde no debía. A lo largo de todo este tiempo, el Gobierno chino ha arrestado, condenado a prisión o trabajos forzados a numerosos religiosos.

Los primeros pasos a un acercamiento por parte del Vaticano los dio en el 2007 el anterior Papa Benedicto VI cuando escribió una histórica carta a los 10 millones de católicos de China, en la que afirmaba que había que superar las discrepancias con el régimen de Pekín porque «en China existe una sola iglesia» católica. Aquella famosa carta produjo dos efectos. Por un lado, los feligreses de la Asociación Católica Patriótica y los clandestinos se mezclaron parcialmente, asistiendo por ejemplo a las celebraciones religiosas juntos. Pero también provocó malestar y críticas severas al entonces Papa «por haber vendido» los intereses de la iglesia a las autoridades comunistas.

En la pasada primavera, Pietro Parolin, actual Secretario de Estado vaticano, declaró al diario La Stampa que «no se trata de mantener una conflictividad perenne, sino de encontrar soluciones pastorales (religiosas) realistas, que permitan a los católicos vivir su fe y proseguir juntos la obra de evangelización en el contexto chino».