Cuando el Comité de Educación y Trabajo del Congreso de Estados Unidos celebre este jueves una vista para examinar cómo superar obstáculos para reabir con seguridad las escuelas públicas, no podrán escuchar a ningún experto de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC por su siglas en inglés). La Casa Blanca de Donald Trump, que ha hecho de esa reapertura un eje central de su agenda y desde donde la portavoz Kayleigh McEnany ha dicho que la ciencia no debe interponerse en esto, ha vetado cualquier comparecencia de representantes de la agencia federal al frente de la lucha contra la pandemia en el país.

El equipo de trabajo sobre coronavirus que dirige el vicepresidente Mike Pence maneja un documento en el que 18 de los 50 estados aparecen en zona roja respecto al número de casos (más de 100 por cada 100.000 habitantes en la última semana). Once están en esa zona roja en lo que a positivos se refiere (más del 10% de los test). De no ser por el Center for Public Integrity, una organización informativa sin ánimo de lucro en Washington que publicó el documento el jueves pasado, no habría salido a la luz.

Los cambios de la Administración al sistema de información que deben dar los hospitales, forzándoles a ofrecer los datos sobre ingresados por covid-19 y capacidad en sus ucis a contratistas privados y a los estados en vez de hacerlo como hasta ahora directamente a los CDC, llevaron a la agencia la semana pasada a eliminar de su web su base de datos en tiempo real. La indignación en la comunidad científica contribuyó a que la página volviera a estar disponible, pero el nuevo sistema, criticado por hospitales y que incorpora a las empresas privadas TeleTracking y la problemática Palantir, sigue vigente.

Los tres episodios son las últimas pruebas de los esfuerzos de la Casa Blanca por esconder o maquillar una verdad imposible de ocultar: el coronavirus doblega a Estados Unidos, donde son ya más de 140.000 los fallecidos y 3,7 millones los casos detectados. Y la narrativa oficial de Trump es la que reiteraba falsedades en una entrevista con FoxNews grabada el viernes y emitida el domingo, en la que insistía en que el aumento de casos se debe a que tienen "los mejores tests del mundo" y negaba los datos sobre elevada mortalidad, y la que probablemente volverá a repetir en las ruedas de prensa sobre coronavirus que este lunes ha anunciado que va a retomar esta semana.

EL SUR Y EL OESTE

El país sufre los efectos de las reaperturas que hicieron muchos estados de forma que se ha probado prematura. Mientras la costa este y particularmente Nueva York, epicentro inicial de la pandemia, parecen tenerla bajo control, se ha desatado sobre todo en el sur y en el oeste, donde viven 200 de los 330 millones de habitantes. Y ahora es a Texas, por ejemplo, adonde se envían camiones refrigerados para aliviar morgues saturadas; a Florida, donde llegan enfermeras de otros estados y donde alcaldes imponen toques de queda y en California, donde vuelven a imponerse condiciones para hacer pruebas o se envían pacientes a hospitales a 1.000 kilómetros de distancia.

Los números no mienten. EEUU bate prácticamente cada día récords de contagios, más de 70.000 el jueves pasado, casi el doble que hace tres meses. Como le recordó a Trump su aplaudido entrevistador el domingo, Chris Wallace, el aumento de pruebas, del 37%, no explica el aumento de positivos del 194%. Y pese a que los mejores tratamientos y el contagio de más jóvenes han contribuido a una mortandad aparentemente bajo control, era solo cuestión de tiempo que las cifras de muertos subieran. La semana pasada, en un día se registraron más de 900 fallecidos, en siete estados se batieron marcas de decesos y solo Florida alcanzó una media diaria de fallecidos (125 muertos el jueves) superior a la de toda la Unión Europea (con 20 veces más población).

UNA LUCHA CONTAMINADA DE POLÍTICA

La lucha contra la pandemia está descabezada, con un presidente que ha anunciado su regreso a los 'briefings' de coronavirus tras artículos demoledores los últimos días que lo retratan cada vez como más ajeno a ese combate y una desaprobación creciente a su gestión en los sondeos. Está, además, contaminada de política. Es lo que ha hecho de las reaperturas de escuelas y negocios y, visiblemente, del uso de mascarillas una guerra ideológica. Aunque las máscaras se han impuesto ya en más de la mitad de los estados, incluyendo los gobernados por republicanos, está lejos de ser un tema resuelto. Lo ejemplifica a la perfección que Trump, que se puso una en público por primera vez hace unos días, defendiera el domingo que es una cuestión de "libertad individual".

Aunque empiezan a verse y sentirse grietas dentro del Partido Republicano con Trump por esta crisis, en la agenda del presidente, con la vista puesta en las elecciones de noviembre que cada vez se le plantean más difíciles, está sobre todo la necesidad de reactivar la economía. Y por más que 1.200 miembros de las Academias Nacionales de Ciencias hayan firmado una carta abierta en la que reclaman que "restaure la política basada en ciencia en el Gobierno", el mandatatario tiene otros intereses. Este lunes mantenía una reunión con líderes republicanos que tienen que negociar un nuevo paquete de ayudas públicas, que han permitido anestesiar un impacto económico evidente y que expiran a final de mes, asomando al país a otro precipicio. Trump quiere eliminar de la propuesta de su partido 25.000 millones de dólares destinados a ciudades y estados para realizar pruebas y rastreo, 10.000 millones para los CDC y 15.000 para los Institutos Nacionales de Salud.