El nuevo tratado de la Unión Europea, bautizado como Constitución, ratifica que el proyecto requiere mucha paciencia. El farragoso tratado constitucional representa, debido a las presiones inglesas, un retroceso en algunas materias sustanciales como la fiscalidad, la política exterior o las conquistas sociales, y no es seguro que pueda servir para evitar la parálisis. Los más pesimistas denuncian el galimatías de una Constitución concebida para replicar al eterno dilema de la ampliación y la reforma.

Desalentador resulta el hecho de que la Unión Europea de los 25 se presente más desunida que nunca, como si reviviéramos los años 60, cuando De Gaulle vetaba el ingreso de Gran Bretaña por considerarla el caballo de Troya de Estados Unidos, o como si persistiera la fractura transatlántica que se escenificó con acrimonia ante la guerra de Irak. Las perspectivas se ensombrecen porque los países se desgarran entre la satelización por Washington-Londres o por Berlín-París.

*Periodista e historiador.