Es catedrático de la Universidad de Zaragoza y va a coordinar el curso de verano ‘Brujas, vampiros y hombres lobo. Poética de lo tétrico’, que se celebrará en Jaca del 27 al 29 de julio, sobre estas grandes figuras del terror, sus orígenes y su evolución.

—¿Por qué fascina lo tétrico?

—Es una buena pregunta y no es de las que tiene una respuesta sencilla. Probablemente se juntan varias cosas. Para empezar, al ser humano, todo lo que tiene que ver con la muerte y con las amenazas inconcretas siempre le ha aterrorizado y al mismo tiempo le ha fascinado. En todas las culturas documentadas, la muerte y la relación con los muertos es un elemento absolutamente básico. Y luego está la manera de gestionar esos miedos. Pero por esa misma razón, que es algo que aterroriza, produce fascinación, una atracción sobre la que quizá las propias personas nunca han reflexionado mucho, es difícil pensar sobre eso. Pero indudablemente está ahí y sin ello no existirían los géneros de terror. La ventaja de todas las emociones que experimentamos con el cine, la literatura... es que son acotadas. Uno sabe que hay una barrera, no le va a afectar a uno en ese mismo momento. Y fascina, en parte, porque el terror, en sí mismo, es una emoción fuerte.

—No es algo nuevo esa fascinación…

—La mezcla de temor y fascinación es una cosa bastante generalizada. La del temor, sin duda, se podría decir que es un universal antropológico. Gestionar la relación con la muerte y, por ende, con el más allá, es siempre un elemento central en las vivencias de cualquier sociedad. Ahora, esa fascinación que asociamos a las manifestaciones relacionadas con el ámbito del terror requiere un cierto distanciamiento que parece que también se da con cierta frecuencia.

—Hay arquetipos que se repiten, ¿no es así?

—Sí, por supuesto. De hecho, en occidente tenemos un sincretismo, una reunión de materiales procedentes de diversas culturas y distintos períodos. Por ejemplo, la bruja como la entendemos hoy es la decimonónica, la reinterpretación romántica de lo que era la bruja a la que nuestros antepasados temían. Esta producía, por ejemplo, que en los valles del Pirineo en los siglos XVI y XVII se declarara el desaforamiento, el estado de alarma o el de excepción, incluso. Es una suspensión de las garantías legales para proceder a la persecución de determinados delitos. Se hacía fundamentalmente para luchar contra el bandolerismo y para la persecución de la brujería. Y eso que, en Aragón, hacer eso, con toda la tradición foral, no es cualquier cosa. Pero pasó con cierta frecuencia.

—¿Son muy distintas estas dos brujas?

—El tipo de bruja al que temían nuestros antepasados tenía muy poco que ver con la decimonónica, romántica, de la que han surgido la neobrujería, la wicca, el neopaganismo… y tampoco es la misma que la bruja a la que se temía en plena Edad Media. La caza de brujas es una cosa típica de la edad moderna, no tiene nada que ver con la Edad Media, entonces se creía que había personas, particularmente mujeres, que eran capaces de transformarse en una especie de aves nocturnas, colarse por las chimeneas y chuparles la sangre a los niños, causar mal de ojo o cosas por el estilo. Era una creencia muy popular que las autoridades eclesiásticas condenaban como una superstición. Y antes de eso, en la época clásica, en los mitos grecolatinos, no encontramos brujas propiamente dichas, hay hechiceras terribles que luego influirán en la figura de la bruja o unos seres puramente mitológicos como las lamias o las estriges, una especie de ave vampírica voladora mitad mujer y mitad pájaro. Hay una evolución desde un ser puramente mitológico a creer que es una mujer transformada y luego ya directamente a pensar que es fulanita de tal, que vive en tal casa y a la que se le puede llevar ante la justicia, perseguir. Una de las cosas que intentamos ver en el curso es cómo evolucionan estos arquetipos, de dónde salen… El vampiro, como lo conocemos hoy, es de procedencia eslava y en la Europa occidental se introduce en el siglo XVIII y no se convierte en la figura literaria que conocemos hasta el siglo XIX.

—¿Comparten rasgos, pues?

—Tanto la creencia en la brujería como en el vampirismo surgen de la necesidad de explicar fenómenos incomprensibles con los conocimientos de la época como la muerte súbita infantil o las enfermedades que se desarrollan sin síntomas aparentes. Periodos de sequía, tormentas de verano que aparecen repentinamente y te destrozan la cosecha… era algo totalmente inexplicable. La única explicación era chupar la sangre, el mal de ojo, la mala voluntad de determinadas personas. En occidente se explican con la brujería y en la Europa oriental, sobre todo en el mundo eslavo, se explican con el vampirismo. Lévi-Strauss lo explicaba muy bien diciendo que el mito es una especie de bricolaje intelectual, se echa mano de lo que se tiene cerca para intentar crear una explicación de algo. Un elemento claramente distintivo del ‘homo sapiens’ es la necesidad de explicar, no nos podemos conformar con que las cosas pasen, tenemos que comprender por qué pasan. Y cuando no lo tenemos claro, nos buscamos una explicación. Y si antes eran las del tipo mítico, ahora son las de tipo conspiranoico. Pero es exactamente el mismo tipo de razonamiento y por eso es tan difícil a veces hacer ciencia, porque tiene unos requisitos de comprobación que son muy rigurosos y no siempre es fácil dar respuestas.

—¿Por qué en este siglo hay tanta atracción hacia el terror?

—A estas alturas se mezclan varias cuestiones. La gente no cree que si alguien empieza a desfallecer, a estar enfermo, es porque un vampiro le chupa la sangre por la noche. Tiene que ver con que son figuras que se han introducido en el imaginario colectivo y predomina esa parte de fascinación, que tiene que ver con lo más o menos inexplicable, misterioso, mágico… y tiene una faceta estética, la aparición del estilo gótico en los años 90 más o menos reveló que este tipo de manifestaciones tiene una estética peculiar. Si juntamos esa fascinación heredada hacia ese tipo de figuras míticas y ese componente estético, con el hecho de que vivamos en una sociedad tan pautada como la nuestra, marcada por la tecnología y la burocracia, creo que el auge de la fantasía y todo lo que tiene que ver con la fantasía está relacionado con la posibilidad de tener la sensación de que hay algo más allá, que no es todo cuadriculado, que todavía existe la magia. Algunos casos concretos, como la figura del vampiro y del hombre lobo, también han servido para explorar los conflictos internos del ser humano; la luz y la oscuridad, el hombre y la bestia… es algo que está también documentado desde periodos muy arcaicos, esa duplicidad interna.

—¿Hay arquetipos de nuevo cuño, por ejemplo, los alien?

—Hay formas actualizadas de los arquetipos. El alien, a fin de cuentas, es el monstruo Grendel en Beowulf, es la figura del monstruo que viene de otro plano. En la tradición nuestra, precisamente muchas veces son monstruos acuáticos porque esa idea de la diferencia entre la tierra y el agua es muy obvia. Las formas de vida acuáticas que claramente son tan distintas; los peces, los moluscos, un pulpo… son bichos que nos parecen raros, por decirlo así. Ese espacio-otro ahora es el espacio interestelar y el alien es una actualización de viejos mitos puesta en el contexto de nuestro nuevo imaginario, en la que la ciencia ficción tiene una parte fundamental.

—¿Qué hay de los zombies?

—Es una variación sobre el tema vampírico que se incorpora al imaginario occidental a lo largo de los años 60 y 70, que a su vez es el resultado del sincretismo de determinadas creencias de las religiones africanas, de la población trasladada como esclava desde África a América, mezclada con la creencias occidentales. Tal y como aparece hoy, como por ejemplo en ‘The walking dead’, no es el zombie haitiano. También está remodelado para crear una figura mucho más terrorífica.

—Y en Aragón, ¿qué podemos encontrar?

—La brujería, por supuesto, es un elemento muy importante. En muchas chimeneas del Pirineo sigue habiendo espantabrujas. Ahora en Pozán de Vero se recuerda a Domencha la Coja, que está representada como una bruja decimonónica, casi Disney. Es un personaje histórico, cuyo proceso inquisitorial se conserva y que ha sido editado. Se ha difundido la historia del personaje, pero en lugar de leerse como aparece en ese proceso, se ha releído en los estándares actuales de lo que es una bruja. Tenemos unas tradiciones sobre las brujas que han pervivido de manera estrictamente tradicional, como las de Trasmoz, pero en otros casos esas tradiciones han tenido un paréntesis y se han recuperados por esta vía. Y tenemos tradiciones sobre figuras más o menos monstruosas como gigantes que viven en los bosques o las montañas. Un caso curioso de mezcla de creencias populares con infiltraciones eruditas es el de Pierres, Caco y Hércules en Tarazona. Un gigante que vive en el Moncayo, que es una leyenda de origen romano antiquísima. Caco originalmente vivía en el Aventino, pero los autores medievales reinterpretan que Moncayo es el monte de Caco, cuando en realidad es el monte de Cayo, como transmitió Marcial. A partir de ahí, con la morada de Caco en el Moncayo, trasladan la leyenda del enfrentamiento entre Hércules y Caco. Y Pierres es un personaje de relatos franceses que no se sabe muy bien cómo acaba metido aquí y al final tenemos una combinación de elementos cultos y populares que da lugar a una nueva leyenda.